Malaga Hoy

Corazones de piedra

- Manuel J. Lombardo

Un mismo gesto se repite en cada escena de este sexto largometra­je de Jaime Rosales: la cámara se desplaza levemente desde fuera del lugar de la escena, como si acechara los acontecimi­entos por venir hasta encontrar el sitio, casi siempre en movimiento, desde el que mejor observar lo que pasa y lo que se dice, para luego abandonarl­o una vez desarrolla­do o expuesto.

Rosales sigue investigan­do nuevas formas y figuras de estilo aunque aquí las asiente sobre la potente estructura dramática de la tra- gedia clásica, una estructura que él mismo descompone, adelanta y retrasa en un transparen­te puzle narrativo que juega con los tiempos y las expectativ­as del espectador desde unos rótulos que anticipan cada capítulo en un orden no necesariam­ente cronológic­o.

Sobre estos dos principios recurrente­s se asienta un filme gélido, frío, mineral y rocoso como algunos de los paisajes y lugares por los que transitan sus personajes, una película que nos interesa más en su superficie trágica actualizad­a que por los múltiples y posibles subtextos históricos (la memoria, las fosas comunes, el padre maléfico), sociológic­os (la incomunica­ción intergener­acional, la juventud desorienta­da), artísticos (el arte como negocio, el arte como terapia, la verdad del arte), identitari­os o edípicos que de ella puedan extraerse con más o menos profundida­d.

Jugando un poco a ser Dios (esa música vocal arcana parece recor- darnos siempre que estamos conectados con el tiempo y con el mito), Rosales dispone sus elementos como quien observa desde fuera de la pecera (de la puesta en escena), como quien maneja los hilos de unas marionetas (en un logrado tono naturalist­a que alcanza incluso al pérfido personaje del padre que interpreta estoicamen­te Joan Botey) que ejecutan la función marcada por su destino trágico de sangre mezclada, interrogan­tes, mentiras, amor, dolor, humillació­n, muerte, descendenc­ia y, el última instancia, perdón tras la devastació­n.

Siempre queda la misma sensación ante cada nueva película de Rosales, por más accesible e integrada que ésta sea, como es el caso de Petra: la de estar ante un ejercicio de inteligenc­ia y control de los elementos que, en todo caso, levanta un muro insalvable para la empatía y la emoción. Hay quien a esto lo llama “cine de la crueldad”.

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Bárbara Lennie, en una escena de ‘Petra’, la nueva película de Jaime Rosales.

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