EL ALTAVOZ DE VOX
NUNCA se sabrá si fue antes el huevo o la gallina. Tampoco sabremos cuánto del fenómeno político de VOX se debe a su propio trabajo y cuánto es deudor de una atención mediática desproporcionada y del protagonismo que los discursos de los otros grupos políticos en liza le concedieron. Sea como fuere, ese partido ha llegado, y sin saber si es para quedarse o para convertirse en un fenómeno pasajero, lo cierto es que requiere de atención y, sobre todo, de un tratamiento político algo más racional y acompasado que el que ha producido con su nacimiento parlamentario. Se sigue corriendo el riesgo de hacer de este nuevo partido de extrema derecha o ultra derecha o derecha extrema (la cuestión semántica tampoco debe ser un quebradero de cabeza) el referente casi exclusivo de la reflexión política. En la izquierda parece que se ha desatado un concurso para ver quien se destaca más en demostrar el rechazo a esta formación elaborando las más rotundas frases de rechazo y descalificación contra VOX y proclamar así sus convicciones democráticas. Es más, hay quien piensa que las manifestaciones contra su presencia política son la mejor arma, cuando en realidad estas acciones pueden ser contraprodu-
Nunca sabremos cuánto del fenómeno de Vox se debe a su propio trabajo o a la atención mediática
centes, ya que alimentan el victimismo y la imagen de perseguidos que tanto buscan.
La actitud de la derecha parece aún más peligrosa ya que, por ahora, lo que se ha hecho para evitar la influencia política de VOX es simplemente acercarse a su electorado con la misma o parecida imagen de autoritarismo, patrioterismo y xenofobia que ellos proclaman sin disimulo. Estos dos caminos quizás sirvan de desahogo ante un evidente fracaso electoral, pero no es ni de lejos el tratamiento político que este problema requiere.
Quizás hemos dado por sentado que, después de nuestra reciente experiencia histórica, la tolerancia, la libertad y la democracia son principios tan profundamente asentados en la sociedad española que no era necesario ni reforzarlos ni defenderlos. Y ahí ha estado el error. La necesaria explicación de los principios democráticos, la defensa permanente de la libertad como esencia del comportamiento político y la continua proclamación de los principios de dignidad, solidaridad e igualdad son las principales armas para contrarrestar esta nueva corriente autoritaria, siendo conscientes que ni las manifestaciones ni la petición de ilegalización y mucho menos el mimetismo son el camino para defender la democracia amenazada.