En la recuperación de Málaga
una terraza con tal de que los hosteleros no se pongan nerviosos y se declaren en huelga, no se le permite ni un banco para sentarse.
Reparé en estas cosas cuando, el otro día, volviendo a casa desde la redacción, tropecé con una turista que, sentada en la terraza de una calle por la que sólo quedaba disponible al paso un estrecho carril, había decidido arrastrar su silla hacia atrás sin mirar, con el consiguiente topetazo. Fue un incidente sin importancia pero la mujer se me quedó estupefacta, sorprendida de que fuese un tipo por ahí sin estar pendiente de por dónde iba. En los últimos meses, con las amenazas de los hosteleros a cuenta del mucho empleo que crean frente a las peticiones para el cumplimiento de la normativa vigente en materia de ruidos por parte de los vecinos, apenas se ha llamado la atención sobre el matiz de que las terrazas, en las que se concentra buena parte del problema, ocupan un suelo público. Esto es, de todos. Y que, por tanto, este suelo se cede para su explotación comercial por decisión de todos. Sin embargo, da la impresión de que el éxito sin paliativos de este rendimiento reduce un tanto la titularidad pública del espacio, como si en realidad perteneciese a los hosteleros dado que lo emplean para su trabajo. Si nos vamos a lo ideológico, no hace falta llamar por su nombre a la doctrina que promueve la patrimonialización de lo público para un provecho privado. Pero en ésas estamos. Y no estaría mal, tal vez, que en lugar de esta abulia acrítica con la que el personal se queda mirando, alguien planteara cómo lo hacemos para recuperar Málaga. Mientras tanto, el sector inmobiliario que especula con el valor creciente de este suelo público se sigue haciendo de oro. Y si un árbol estorba, Paco, lo arrancamos