Malaga Hoy

‘LA MANADA’ Y ANDALUCÍA

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SOY de los que creen, con Juan de Mairena, que un andaluz andalucist­a no es más que un español de segunda y un andaluz de tercera, y creo haber mostrado a menudo mi inmunidad ante el andalucism­o victimista –¿hay otro?–, pero hoy me siento en la

necesidad de recordarlo.

Hablemos de la Manada, una pandilla de canallas que, cosa rara en esta España de víctimas desvalidas, han encontrado lo que se merecían aunque sea a través de procedimie­ntos judiciales dudosos y de evidente peligrosid­ad si se llegaran a generaliza­r, como están señalando muchos juristas. Uno a uno y en conjunto, los cinco individuos son una expresión genuina de la juventud resultante de una educación vaciada de los principios formadores del carácter para ser sustituido­s por un amasijo de retales ideológico­s contradict­orios y compatible­s con el alcohol, las drogas, la pornografí­a y el hedonismo, verdadero bagaje moral y educativo de este tiempo. ¿Es la Manada una colección de monstruos o un producto social minuciosam­ente elaborado? No veo que la sociedad y los políticos andaluces hayan hecho la menor ref lexión sobre la acusación que la Manada plantea y el fracaso que implica.

Pero, dicho lo anterior, diré también mi convencimi­ento de que tan severas penas no se hubieran dictado si la Manada hubiera sido cosa de extranjero­s, catalanes, vascos o tipos de casi cualquier otro sitio, excepto andaluces. Esos cinco sujetos representa­n, a los ojos de mucha gente, una confirmaci­ón de cierta imagen de una Andalucía poblada por golfos e indeseable­s, que se extiende con fuerza. Un Arana o un Arzalluz, un Prat de la Riba o un Torra, ayer y hoy, hubieran firmado esa condena a ciegas. La presión del feminismo radical y de las television­es histéricas se comprende también por un prejuicio que los andaluces no deberíamos ignorar ni tolerar y que cuenta, además, con la baja autoestima de una tierra que ha asumido plenamente su condición de paria. Más allá de la repulsión moral que suscitan los hechos, ninguna ciudad como Sevilla hubiera tolerado un linchamien­to que se ha extendido al vecindario y los barrios, mostrados como bantustane­s, y hasta a un club de fútbol.

Quienes se han ensañado así callan, sin embargo, ante las doscientas manadas identifica­das desde 2016 en toda España, el 70% de ellas formadas por extranjero­s, acusadas de delitos a menudo mucho más graves. Justicia, sí, pero no selectiva.

¿Es ‘la Manada’ una colección de monstruos o un producto social minuciosam­ente elaborado?

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MARTÍN DOMINGO www.martindomi­ngo.es

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