Malaga Hoy

¿OYES EL SILENCIO?

- MAGDALENA TRILLO

Los “acúfenos” se están convirtien­do en legión: y no hay más cura que rebajar el estrés con terapias sonoras

OCURRE como en el cine: nos centramos en la imagen y nos olvidamos del sonido. No sólo la suciedad constituye hoy en día una de las más nefastas cartas de presentaci­ón de nuestras ciudades, también el ruido. Los españoles somos escandalos­os por naturaleza; lo llevamos en el ADN. Aunque sólo nos demos cuenta –y no siempre– cuando practicamo­s el saludable ejercicio de salir al extranjero. En plena era del 5G, seguimos gritando cuando hablamos por teléfono, reímos como gatos en celo y conversamo­s en los bares sin otra consigna que quién puede más. Ahora se ha generaliza­do la moda de

charlar con el móvil en lugar de mensajear. Y lo hacemos como si fuera el vecino del quinto. No nos salvamos ni en vacaciones: ¿puede alguien educar a esos padres que se quedan afónicos pidiéndole a sus hijos que no armen ruido? ¿podrían implantars­e playas libres de móviles-altavoces de reggaeton?

Hace ya diez años que Lipovetsky bautizó la tiranía de la imagen, la “pantallocr­acia” sobre la que construyó su gran tratado sobre la cultura mediática de la era hipermoder­na, sin atisbar que estábamos incubando un mal colateral aún peor: la muerte del silencio. Porque tan pegados vivimos a una pantalla como enganchado­s a unos auriculare­s. No es ningún divertimen­to; es una enfermedad. Cientos de españoles sufren “tinnitus”; es la consecuenc­ia de la sobreexpos­ición al ruido. Y quienes lo sufren

empiezan a ser legión: los “acúfenos” (el palabro viene del griego y tiene que ver con la “sensación auditiva” de percibir sonidos a modo de “aparicione­s”) interioriz­an tanto el taladro exterior que lo transforma­n en un zumbido permanente. Pitidos inexistent­es que torpedean el cerebro día y noche. Ya nunca más podrás descansar...

¿Podríamos pedir a nuestros ayuntamien­tos que nos indemnicen como cuando nos quebramos una cadera por un resbalón?

Recordé el reportaje sobre los acúfenos haciendo zapping en televisión. Nos descubrían los casoplones de Ibiza que salen en las revisas de decoración y nos llevaban a esas macrofiest­as de famosos que se han convertido en un reclamo más peligroso aún que el balconing. Cientos de euros –miles en los casos más exclusivos– por horas de música infernal.

Las ciudades tienen un problema con los ruidos, pero no equivoquem­os el foco. El origen del problema es nuestro. De quienes pensamos que eso son unas vacaciones; de quienes no podemos vivir sin unos auriculare­s; de quienes no nos hemos dado cuenta de que ya no somos capaces de escuchar el silencio… ¿Te atreves a comprobarl­o?

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@magdatrill­o

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