Malaga Hoy

MIRADAS AFINES

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ESTOS días, junto con la necesidad de nombrar un presidente y un gobierno en España, la atención está puesta en Europa y sus institucio­nes, y aunque hay opiniones dispares sobre cómo se están cubriendo los cargos, y una desilusión de fondo con el proyecto europeo, de vez en cuando encontramo­s eventos reconforta­ntes.

Miradas afines es la exposición que puede verse en el Prado, co

mo una colaboraci­ón entre Holanda y España, y en la que el Estado ha dado un aval de casi 654 millones de euros, por 31 de los cuadros prestados. Alejandro Vergara, responsabl­e de la misma, plantea a la vez una interpreta­ción de la historia del arte y un argumento político, pues desde siempre se señalan diferencia­s entre la pintura española y la holandesa del siglo XVII, y se ignoran las llamativas similitude­s que tienen. Dice Vergara en el catálogo que “ni Velázquez ni Vermeer, ni otros pintores de la época –en la exposición figuran El Greco, Ribera, Zurbarán, Murillo, y pintores holandeses de primera fila–, expresaban en su arte el carácter de sus naciones, sino unos ideales estéticos que comparten con otros muchos artistas del continente”. Creo que hay a veces una cierta exageració­n en las interpreta­ciones que se hacen –como la comparació­n entre el cuadro de la Iglesia protestant­e vacía, y el cordero místico–, aunque en la mayoría de las obras que se comparan emociona descubrir técnicas compartida­s y una misma visión del mundo, que yo al menos no había advertido.

También en el catálogo se menciona a Hendrick de Vries (1896-1989), pintor y escritor muy importante en Holanda, que se hizo hispanista para fastidiar a su agobiante padre calvinista. A Vries todo lo español le fascinaba; tradujo a los clásicos y recopiló coplas populares, aunque dejó de visitar España en los años del franquismo. De la guerra entre España y Holanda de 1568 a 1648, que marcó la relación entre los países, dice: “Sentados en los pupitres de la escuela/aún era un deber odiar a España/ a causa de un antiquísim­o delito/ pero yo la amaba con cálido respeto/y para mí entre tanta bandera/ la española era la más bella y altanera”. Pienso que esta experienci­a no es muy diferente a la del deber que teníamos nosotros, cuando éramos niños, de odiar también a Holanda, Francia o a Inglaterra, por conf lictos remotos que cada cual contaba a su manera.

Algunos se han precipitad­o buscando en la exposición argumentos contra los nacionalis­mos, pero son los mismos que contrapone­n unos mitos nacionalis­tas a otros, sin llegar a alcanzar la mirada afín que hoy necesitamo­s, y que la exposición nos proporcion­a. Los gobernante­s y las institucio­nes fallan a su gente, no responden ante los problemas ni están preparados para afrontar los riesgos e incertidum­bres de la Europa de hoy, y además nos meten en conf lictos y problemas; pero durante un rato hemos visto cómo en países en guerra, en medio de fanatismos religiosos, artistas que nunca llegaron a conocerse seguían pintando con su singularid­ad y genio, compartien­do tendencias, técnicas, y una visión real y espiritual del mundo, en obras que no nos cansamos de admirar. Y con todas estas cosas en la cabeza salimos de la suave frescura de las salas del Prado, a la calle, al tórrido y áspero verano madrileño.

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GUMERSINDO RUIZ

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