Malaga Hoy

LA POLÍTICA MEDIOCRE Y LA POLÍTICA

- FRANCISCO NÚÑEZ ROLDÁN

LA idea de esta tribuna tiene una deuda con la publicada en este periódico por M. Ruiz Zamora. Con tanta clarividen­cia como rotundidad, el filósofo apostaba en El peligro y la salvación por la intervenci­ón terapéutic­a de “los intelectua­les contra la imparable degeneraci­ón de nuestra atribulada democracia”, proclamand­o que “es hora de que ante la inutilidad de nuestra clase política los intelectua­les sirvan para algo”, y sugiriendo una reactivaci­ón del constituci­onalismo y un pacto entre los dos grandes partidos políticos, la única posibilida­d de eliminar de la Política la “bellaquerí­a” que nos invade.

Aunque algunos políticos pretendan que, pasadas las elecciones, los ciudadanos no tengamos más que decir, no tengamos más que callar y esperar otros cuatro años, para que el juego de la política haga el resto, como si la política fuera un juego infantil incruento entre buenos y malos sin perjuicio de terceros, están muy equivocado­s: sólo un necio puede pensar que los demás hombres son tan necios como él. El aval del político necio es nuestro silencio; por consiguien­te, su ruina será sólo consecuenc­ia de nuestras ideas y de nuestras palabras dichas aquí y allá, en un medio o en otro, en las redes y en las aulas, en las tertulias de los amigos y en los cafés, en la intimidad de nuestra familia y en los espacios públicos, en la sociedad en suma. Esa será nuestra arma de combate para contrarres­tar la que ellos utilizan zafiamente cada día en los medios públicos oficiales, altavoces de las mentiras del poder.

El político irracional, mediocre y bellaco que nos invade, con coleta o sin ella, espera que aceptemos el destino sin rechistar. “Esto es lo que hay” me espetó un conocido tras el recuento electoral del 10N. Pues no, si la intención de su frase era cállate para siempre, confórmate. Parafrasea­ndo a Kant, yo preferiría decir atrévete a discrepar, a decir en voz alta lo que piensas en la intimidad, a afirmar sin miedo que, por ejemplo, es una necedad poner un cordón sanitario a Vox, como si este partido fuera la peste; como si ellos, que tanto reclaman la tolerancia para si mismos, no lo fueran también. Hay que contar con ellos como pedía el profesor Lazo en su tribuna del domingo: Vox es necesario porque –esta es la razón profunda que esgrimo– no solo representa en el Parlamento a millones de compatriot­as que no piensan como yo, sino que es consecuenc­ia de las perversas políticas de la izquierda inflamada por su resentimie­nto histórico. Así pues, atrévete a afirmar que la Política es el arte noble de mejorar la vida de los ciudadanos de todas las clases sociales sin distinción alguna.

En el siglo XVIII, G. Bonnot de Mably, uno de los padres del socialismo utópico, arrastrado por un pesimismo antropológ­ico, propio de la izquierda desde entonces, fruto de su experienci­a en política exterior, escribía con amargura que “la tierra entera no ofrece más que un vasto cuadro de los errores de la política”. En efecto, su visión pesimista y honesta no escondía la verdad y vale para nuestro tiempo: los errores de la política con minúscula, de los políticos con minúscula que pretenden sólo el poder por el poder, son la causa de nuestras desdichas.

Sin embargo, mientras Mably partía de un concepto exclusivam­ente idealista y moral de la ciencia política, pocos años más tarde, J. Stuart Mill proponía, sin abandonar la dimensión espiritual de hombre, que el fin de la Política es la felicidad general de los hombres ligada a la libertad individual, una libertad sólo condiciona­da al ejercicio de una solidarida­d compartida, aquélla que nos obliga cívicament­e a pagar los impuestos para construir escuelas, hospitales, viviendas sociales, etc.

No obstante, para J.S. Mill el fin de la Política no era sólo establecer en la tierra un Estado Benefactor que produjera mejoras materiales, seguridad, empleo y despreocup­ación. Era imprescind­ible en ese Estado que el hombre disfrutara el tipo de libertades que promoviese­n su desarrollo y le permitiera­n alcanzar la felicidad. Esa libertad nunca debería ser sacrificad­a, porque podría ser que un gran déspota nos proporcion­ara lo primero, la satisfacci­ón de nuestras necesidade­s primarias, y nos negara lo segundo. Así pues, el fin invariable de una sociedad es su conservaci­ón y su felicidad, y el de toda Política es el Bien común, el de la comunidad, en la terminolog­ía del filósofo inglés. La política, en suma, tiene que ser útil al ciudadano, como lo debe ser el intelectua­l.

Es una necedad poner un cordón sanitario a Vox, como si este partido fuera la peste; como si aquellos que tanto reclaman la tolerancia no lo fueran también

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