Malaga Hoy

El videoclub, el Netflix de abajo de casa

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¿Cómo podrían entender nuestros descendien­tes los requisitos que había que hacer para ver en casa una película de Disney? Nada de darle a un bar de botones y elegir entre cientos de títulos en Disney +o en Movistar. Ir al videoclub de la esquina (los llegó a haber en todas las esquinas) y buscar la película del momento ( Rocky V, Gremlins 2, E.T., Cristóbal Colón de oficio descubrido­r) eran una proeza deportiva y driblar listas de espera. Para que se populariza­ran estos antepasado­s analógicos de Netflix primero debieron ponerse al alcance los aparatos. El vídeo tuvo su presentaci­ón en vísperas del Mundial 8 y en esos momentos competían tres sistemas: dos nipones, VHS y Betamax, y el europeo 2000, de Philips. El que eligió el 2000 se lo comió con patatas y los que compraron un Beta de Sony lo lamentaron junto al Muro.

Un vídeo de los primeros era caro de narices, por encima de las 100.000 pesetas, al poder adquistivo actual sobre los 5.000 euros. Las españolada­s de siempre, el porno con muchos pelos y las películas de Bruce Lee fueron las primeras estrellas del videoclub de nuestra barriada, rival de las dos cadenas que tenía el televisor. En aquella burbuja del videoclub había que ingresar pagando una película, que costaban en torno a las 10.000 pesetas, para así acceder a las demás cintas en alquiler (cuota mensual de 2.000 pesetas o 300 por alquiler) . Y por favor, rebobinen las cintas al traerlas de casa, que se cabrea el dependient­e.

Entrados los 80 las majors de Hollywood comenzaron a tener todo su catálogo y Disney, con las películas más ansiadas, entró de forma tímida en este mercado hasta comenzar a vender las películas cuando bajaron los precios. Los ‘clásicos’ costaban en los 90 unas 2.500 pesetas el capricho.

Los videoclube­s se fueron adaptando a los precios a medida que aparatos y cintas se abarataban. Con el nuevo siglo caía el VHS frente al DVD mientras pinchaba el que iba a ser su sucesor, el Blu Ray. En esas el videoclub, ese negocio casero tan redondo, fue cediendo ante los contenidos pirateados. El streaming, ya en esta década pasada, (y Blockbuste­r lamentará por siempre no haberse aliado con Netflix) ha destinado los últimos videoclube­s a convertirs­e en museos.

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Una cinta de Pajares ochentera.

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