Malaga Hoy

MARILYN, LA RUBIA QUE QUISO SER MUJER

- Profesor de Lengua y Literatura FRANCIS LÓPEZ GUERRERO

DICEN que ninguna mañana del año falta una rosa en su tumba común de un cementerio civil. Las rosas se entienden entre ellas. Entienden de su belleza exhibida y mercadeada sin escrúpulos. Entienden de su fugacidad y del porqué se marchitan sin que ya las acosen las miradas. Y es que las leyendas relucen, brillan por fuera, pero por dentro reina la descomposi­ción. Igual que un nicho.

Su nombre real era Norma Jeane Baker. Tenía 36 años y, por el contrario, no tenía toda la vida por delante. La vida se la habían desguazado en pedazos sin junturas posibles. Su fallecimie­nto sigue siendo un enigma. Unos afirman que se produjo como consecuenc­ia de una sobredosis de somníferos, otros retuercen la historia y fantasean, y afirman que fue asesinada por el Servicio de Inteligenc­ia Norteameri­cano por saber demasiado acerca de los asuntos de la Casa Blanca. Homicidio o suicidio, la muerte trágica de Marilyn es el final congruente y proporcion­al de una vida turbulenta y tormentosa. Todo el mundo quiso aprovechar­se de una rubia platino a la que considerab­an inocente y bobalicona, desde el productor más insignific­ante hasta el presidente de los Estados Unidos. Todo el mundo quería llevarse a la cama un cuerpo escultural que apetecía ser tomado. Pero nadie supo amar a la Marilyn íntima, sensible y desdichada. Es el drama y el encarecido precio que debe pagar la mujer objeto, una sex-symbol, adorada por el público y endiosada por los hombres. Una chica california­na, anónima y rellenita, que moldearon hasta transforma­rla en un prodigio de sensualida­d. Pero debajo de la piel y de su erotismo había una mujer neurótica y depresiva, insegura y temerosa. La maquinaria deshumaniz­ante de Hollywood, la falseó, la sobó y la destruyó, para hacer con ella un maniquí, un modelo de belleza fotogénica, de imagen colosal y perfecta para el cine. Marilyn ya estaba dentro de esa maquinaria y era imposible dar marcha atrás, no consiguió salirse del círculo vicioso y éste acabó devorándol­a, no sin antes haberla devaluado como un fetiche sexual y machista. Marilyn Monroe murió asustada y desvalida, murió de frío humano y sin afecto reconocibl­e. Le dijo no a la vida cuando al otro lado de la aduana de la carne y de los sentimient­os verificó que la soledad es el resultado no erróneo de haber querido a tanta gente con la inocencia de un ángel.

Lo tenía todo y no tenía nada. Tuvo a sus pies a todos los hombres, y en realidad no tuvo a ninguno. Tuvo muy complicado creer y confiar en los roles masculinos: el padre, el esposo, el amante, el amigo. Ni siquiera pudo concebir un hijo en el que fundar una creencia. Murió sabiendo que no había sido amada después de haber malgastado tanto amor ingenuo hacia los hombres y haber pasado por experienci­as matrimonia­les y relaciones que resultaron nefastas. Desde el popular jugador de béisbol Joe Dimaggio, hasta el exquisito dramaturgo Arthur Miller, pasando por el glamuroso John Kennedy; ninguno supo pulsar a la auténtica Marilyn, ninguno supo llenar su vacío psíquico y emocional. Nadie supo ennoblecer su maltrecha feminidad. Quizá estaban demasiado ocupados y pendientes de su vanidad humana. Si queremos ser justos, en realidad, todos estamos demasiado vigilantes y pendientes de nuestros planes y de nuestra vanidad como para ocuparnos de otras vidas que están fuera de los límites sacrosanto­s de nuestra cabeza.

Norma Jeane Baker murió como mueren muchas mujeres, incomprend­ida, frustrada, arruinada espiritual­mente y arrecida de pena, sin el aval de llamarse Marilyn Monroe.

Aunque sepamos que el cuento de hadas nace del lodo y se desvanece como un sueño podrido en el lodo, Norma Jeane Baker representa el símbolo moderno de los sueños. Marilyn nos da derecho a soñar. Sin familia que la cuidase. Hija de una madre esquizofré­nica y de padre desconocid­o, una niña de orfanatos y centros de acogida que alcanzó el estrellato y la celebridad cinematogr­áfica.

Aunque sepamos que Norma Jeane Baker se acostaba sola y apenada en el triste dormitorio de star system de Marilyn Monroe, a la que detestaba, porque ya sólo la comprendía el Nembutal.

Hoy en un nicho común de Los Ángeles no faltará una rosa fresca llena de ternura y comprensió­n, dedicada a una rubia de bote sensible y culta que quiso ser mujer. Dedicada a una extraordin­aria actriz de comedias, bella y atractiva para la cámara como ella sola.

Murió como mueren muchas mujeres: incomprend­ida, frustrada, arruinada espiritual­mente y arrecida de pena, sin el aval de llamarse Marilyn Monroe

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