VERANO ROTO
CUANDO el proteico Manuel Fraga Iribarne –así era mencionado siempre, con los dos apellidos, en los telediarios de sus tiempos de ministro de Información y Turismo– acuñó el famoso “España es diferente”, acertó de lleno desde distintos ángulos. Primero, desde el obvio del reclamo turístico en un mundo, el de los viajeros, que siempre ha buscado y busca cierta emoción controlada; en segundo lugar, justificaba la singularidad política de la España de entonces y la reducía a una mera cuestión de personalidad nacional, banalizando el prejuicio antifranquista de buena parte de los europeos; por último enlazaba con una intelectualmente prestigiosa, aunque tópica, visión de España, vigente desde el Romanticismo. Pleno total en tiempos ajenos al marketing, y no hay más que volver a los anuncios comerciales de la época para comprobarlo.
Pero es que, además, hay mucho de perenne verdad histórica en el “España es diferente”, y por ello lo sigue siendo después de cuarenta años de sostenido esfuerzo para homologarse en todo –incluso en lo no siempre bueno– con el en
El verano que se prometía de normalidad y recuperación está siendo el de los proyectos frustrados
torno que aquí importa, que es siempre Europa y ni tan siquiera toda ella. Lo hemos visto de forma aplastante durante la pandemia y en la reacción ciudadana, tan llena de sombras y luces. El sentido de la solidaridad de la gente por un lado, la desastrosa gestión sanitaria por otro, consistente en esencia en confinar a toda la población como si estuviese enferma y en desatender a quienes de verdad lo estaban, podían estarlo o constituían grupos de riesgo. Así se ha conseguido el resultado de ser el país con más muertos y afectados y, al mismo tiempo, el arruinado más a conciencia.
Para completar el cuadro, el verano que se prometía de normalidad y recuperación está siendo, de forma ya casi irreversible, el de los proyectos frustrados y los sueños rotos. Se nos imponen cuarentenas internacionales, se promueve y se extiende el miedo más irracional, se suceden las suspensiones de viajes, de compromisos o iniciativas sociales o empresariales, se va cavando día a día el hoyo. Y se vuelve a fracasar con la prevención de brocha gorda: universal mascarilla insufrible y pocos rastreadores, mucho decreto y multas para simples paseantes al borde de la asfixia y muy pocas ganas de ejercer la autoridad ante las masas asilvestradas que provocan situaciones de peligro objetivo. ¿Puede salir algo bueno de todo esto? Mi sentido providencialista de la vida y de las cosas se tambalea.