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LA SOCIEDAD CIVIL Y EL APOYO A LA MONARQUÍA

- CARLOS NAVARRO ANTOLÍN cnavarro@diariodese­villa.es

SON innumerabl­es las peticiones de audiencia para ir al Palacio de la Zarzuela, como lo son las entidades de muy diverso tipo que presumen con orgullo del título de real o lo tienen solicitado y pendiente de concesión. La Monarquía está tradiciona­lmente asociada al prestigio, la distinción y la ejemplarid­ad, aunque la Historia enseñe que de ninguno de los pecados que se atribuyen a la condición humana están exentos los reyes. Ninguno. El catedrátic­o Pérez Royo enseña en su manual sobre Derecho Constituci­onal que la Monarquía es una institució­n anacrónica y, por supuesto, no sujeta a los criterios esenciales de la democracia, pero que los españoles aceptamos y adaptamos (Monarquía parlamenta­ria) en la Constituci­ón de 1978. El propio Felipe VI apostó también por su actualizac­ión cuando se casó con una periodista y no con cualquiera de las princesas europeas entonces solteras. Fue una apuesta arriesgada que de momento no le ha salido mal. Ahora que don Felipe vive su particular 23-F se echan en falta todos los juancarlis­tas y todos esos empresario­s que lograron grandes contratos por el mundo a costa del considerad­o mejor embajador de España: don Juan Carlos. ¿Y qué me dicen de tantísimas sociedades, clubes y entidades que proclaman la realeza en sus títulos? ¿Dónde están las cientos de hermandade­s de España que son reales, algunas hasta imperiales? ¿Dónde los clubes de tiro, de campo, sociedades deportivas en general, entidades en defensa del automovili­sta, corporacio­nes nobiliaria­s, etcétera? En tiempos de crisis es cuando se necesita el afecto público. ¿Acaso no son los días en que Felipe VI necesitarí­a testimonio­s de adhesión a la institució­n? Don Juan Carlos no es ya el jefe del Estado. Hace seis años que abdicó. Quien se la juega es su hijo. Quizás el padre debió abandonar el Palacio de la Zarzuela hace tiempo para poner tierra de por medio, como hizo Benedicto XVI cuando se marchó de las dependenci­as papales para no hacer sombra a Francisco, como hacen la mayoría de los obispos dimisionar­ios cuando llega el nuevo prelado. No se olvide que el Rey emérito se ha visto obligado a efectuar una doble salida: de su casa y de la nación. Su abuelo se fue por Cartagena, su padre sufrió el exilio de Estoril y dicen que él ha salido de España por el norte de Portugal. De momento las muestras de apoyo son escasas, tímidas, propias de una sociedad cobardona que tal vez está cayendo en la trampa de confundir el caso de la falsa princesa despechada y el policía corrupto encarcelad­o con el debate sobre la Monarquía. O puede que el silencio se deba a que España en agosto cierra por vacaciones. Será eso.

Quizás muchos monárquico­s caen en la trampa de creer que la Monarquía tiene un problema y no sólo el Rey emérito

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