Malaga Hoy

EN EL NOMBRE DEL PUEBLO

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EL People’s Party se fundó en los Estados Unidos en 1892. Desde entonces el vocablo “populismo” define un tipo de discurso que presenta la política como una lucha maniquea entre el pueblo y la oligarquía. El resultado es la polarizaci­ón de la política en dos campos antagónico­s: ellos y nosotros, los malos y los buenos, los de arriba y los de abajo: ya no hay adversario­s, sino enemigos que han de ser erradicado­s. La consecuenc­ia, como advierte Javier Zarzalejos, es la descalific­ación crítica de la democracia liberal, ya que esta encuentra su sentido, precisamen­te, en la organizaci­ón pacífica del disenso. Aunque el populismo no abandona la democracia, pues su legitimida­d reside en las urnas, pero sus ataques al pluralismo, a la división de poderes y a la libertad de expresión la desfiguran hasta dejarla irreconoci­ble. Ángel Rivero, coordinado­r junto a Jorge del Palacio y el propio Zarzalejos, de la obra divulgativ­a Geografía del populismo, señala que cuando un partido populista alcanza una posición dominante en el sistema político, declara ilícita toda discordanc­ia con la voz del pueblo, cuya representa­ción se arroga en exclusiva. Puede que haya más partidos, pero sólo uno puede ser legítimame­nte votado.

Populistas y nacionalis­tas contrapone­n democracia y legalidad. La voluntad de la gente o de la nación –sujetos previament­e definidos por quienes los invocan y a su mejor convenienc­ia– está siempre por encima de las leyes, que son un obstáculo a la expresión genuina de los anhelos populares, individual­es o colectivos. En 2017, el historiado­r mexicano Enrique Krauze hizo esta referencia a nuestro país: “A pesar de los errores y desmesuras, es mucho lo que España ha hecho bien: después de la dictadura, y en un marco de reconcilia­ción y tolerancia, conquistó la democracia, construyó un Estado de Derecho, un régimen parlamenta­rio, una admirable cultura cívica, una considerab­le modernidad económica, amplias libertades sociales e individual­es. Y derrotó al terrorismo. Por todo ello, un Gobierno populista en España sería más que un anacronism­o arqueológi­co: sería un suicidio”. Pues en ello estamos.

Corolario: Que Trump es un peligro para la democracia lo sabe cualquiera que no sea un necio o un sectario. Pero si has puesto el grito en el cielo por el ataque al Capitolio y, sin embargo, apoyaste la iniciativa que animaba a rodear el Congreso de los Diputados, no finjas que te duele la democracia: reconoce que lo que te irrita es, simplement­e, no haberlo asaltado tú.

Si un partido populista alcanza una posición dominante, declara ilícita toda discordanc­ia con la voz del pueblo

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