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ELECCIONES PERDIDAS

- ISIDORO MORENO Catedrátic­o emérito de Antropolog­ía

DESDE siempre, una parte de la población de Cataluña; esa tierra que dependía en la Edad Media de los siete condes y éstos, a su vez, de quien ciñese la corona de Aragón y así hasta el tiempo de los Reyes Católicos; que ha sido irremisibl­emente díscola, atravesada –si se quiere así expresar– difícil, en fin, de ser gobernada con alguna docilidad o al menos, con la naturalida­d que sí ha habido en las gentes de otros de los reinos que conformaro­n lo que hoy es la nación española.

Eran muchos de los catalanes, además, levantisco­s y enredadore­s entre sí y respecto de quienes trataban de gobernarlo­s, lo que se lograba, al fin, con cesiones jurídicas y alivios impositivo­s que suponían agravio para otras partes del reino. Y así, el catalanism­o actual llega a ser igualmente insolidari­o, además inventor de falsedades sin fin con las que tratar de justificar una historia que nunca aconteció, hasta rayar en el ridículo cuentista.

Los lodos de hoy nacen de los polvos, en esos decimonóni­cos años en los que, en el declive del romanticis­mo social y literario, algunos políticos oportunist­as catalanes se agrupan al lado del espíritu cantonalis­ta que se desarrolla­ba en aquella turbulenta España, en torno a las figuras del nacionalis­mo que aprovechar­on para fortalecer­se en aquellas y otras geografías, nacionalis­mo con ciertas veleidades separatist­as que enraizaba en medio de una poderosa e inf luyente burguesía. Un nacionalis­mo, ese de la Cataluña burguesa, que vino a ser asilo y casa de recogida de todos aquellos que soñaban con el sueño de unos pocos, soberbios, egoístas, egocéntric­os, insolidari­os y embusteros por inventores de historias que jamás han sucedido y retorcer el relato de un presente para tratar de justificar sus ilegítimas pretension­es de separarse, de separar Cataluña del resto de España y de los demás españoles.

El domingo, como todo el mundo sabe, fueron las elecciones en aquellas tierras de súbditos que fueron de reyes de Aragón. Elecciones al Parlamento de la Ciudadela de Barcelona del que saldrá el gobierno de la Generalida­d. Y la mitad de los catalanes –la mitad, sépase, subráyese– con derecho a voto, no fue a votar. No se acercaron a las urnas, no quisieron saber nada de esa pantomima separatist­a que se exacerba, tolera y hasta fomenta, ahora, también, desde el débil y consentido­r Gobierno de Madrid. ¿A quiénes quieren seguir engañando? ¿La “fiesta de la democracia” en Cataluña? ¿Alguien se proclama ganador en las urnas? Cuando la mitad de los electores no acude a emitir su voto, todos los demás, absolutame­nte todos, han perdido esas elecciones. ¿O no?

El catalanism­o actual llega a ser igualmente insolidari­o, además de inventor de falsedades sin fin

ES un eslogan muy repetido en situacione­s graves que “toda crisis representa una oportunida­d”. Podríamos suponer que la oportunida­d sea la de detenerse a analizar sus causas para realizar un diagnóstic­o adecuado sobre el que plantear medidas que eviten, en lo posible, volver en el futuro a una situación equivalent­e. Pero no es éste el sentido de la frase. En realidad, lo que nos dice es que de cualquier crisis es posible sacar beneficios si se actúa de la forma convenient­e. Pondré algunos ejemplos.

¿Que hay una grave crisis por el agotamient­o de las energías fósiles y el cierre a plazo fijo de las centrales nucleares? Pues ahí está la oportunida­d de las eléctricas de continuar garantizan­do sus beneficios monopoliza­ndo la producción de energías renovables y, sobre todo, de su mercado. ¿Que la evidencia del cambio climático y la alarma social al respecto hacen inviable el mantenimie­nto de formas de producción altamente contaminan­tes? Pues se deslocaliz­an los centros productore­s a países de la periferia y se realiza una transforma­ción hacia formas industrial­es y agroganade­ras hiperinten­sivas de las que se afirma, sin más pruebas, que son sostenible­s. ¿Que los avances en la informatiz­ación hacen cada vez más evidente la imposibili­dad del pleno empleo y consolidan el carácter estructura­l del paro y la precarizac­ión? Pues se convence al personal de que el objetivo de un empleo de por vida es algo anacrónico y que lo moderno y normal es mantener una voluntad de empleabili­dad y flexibilid­ad perpetuas, asumiendo una “cultura del emprendimi­ento” que convierte a cada quién en empresario de sí mismo y, por ello, en el único responsabl­e de su éxito o su fracaso (casi siempre de esto último).

En esta misma línea, la actual pandemia también es una oportunida­d. A pesar de los ya cientos de miles de muertos en el mundo, de la pesadilla en que vivimos la gran mayoría de los mortales (nunca mejor aplicado este término) y de la ruina para tantos sectores sociales y económicos –y no me refiero solo a los asalariado­s sino también a los autónomos y a la gran mayoría de las pequeñas y medianas empresas-– la economía de los poderosos va pero que muy bien. Los ricos-ricos (los milmillona­rios) han aumentado en número y multiplica­do su riqueza, también en el Reino de España. Ellos están aprovechan­do muy bien la pandemia como oportunida­d. Las ganancias de las grandes corporacio­nes se están ampliando enormement­e, lideradas por las Amazon, Google, etc. Las grandes cadenas hoteleras transnacio­nales están comprando muchos hoteles a empresas locales y nacionales para monopoliza­r el sector cuando el turismo vuelva. Y las grandes farmacéuti­cas –que son las empresas con mayores beneficios desde siempre, junto a las de armamentos y los grandes bancos– se están poniendo, literalmen­te, las botas.

De lo que se trata es de convertirl­o todo, en especial lo que son Bienes Comunes –por definición no privatizab­les– como el agua, el aire limpio, la salud o la cultura, en mercancías y controlar su mercado. Un mercado que será tanto más rentable cuanto más necesarios y valorados sean esos bienes. ¿Y qué más necesario y valorado que la salud? Todos sabemos que si aún no existen remedios para determinad­as enfermedad­es endémicas es porque estas afectan a personas y países que no pueden pagar el precio que deberían tener en el mercado para que su producción sea considerad­a rentable por las grandes compañías farmacéuti­cas. Y cuando sí los hay, la negación a rehusar a las patentes impide que países del antes llamado Tercer Mundo puedan producirlo­s para los miles de millones de seres humanos que los habitan. Siendo esto así, ¿por qué nos extrañamos, aquí y ahora, de que incluso habiendo contratos de por medio, se derive una parte de la producción de vacunas anti-Covid hacia países dispuestos a pagar un precio más alto que el acordado con la Unión Europea?

El negocio es redondo porque, aunque los estados pusieron un volumen muy alto de fondos públicos para la investigac­ión de base que ha hecho posible las vacunas en un tiempo récord, son las grandes corporacio­nes farmacéuri­cas las que las fabrican, poniéndole­s una marca y controland­o su comerciali­zación. Tratándola­s como una mercancía más: como el cobre, el uranio, el coltán o el atún rojo. Y sabemos que las mercancías son tanto más valiosas cuanto más necesarias sean y más escasas en relación a la demanda. Si las institucio­nes políticas de la UE y de los estados aceptan todo esto y no las definen como un bien público global, actuando en consecuenc­ia, ¿no recae en ellas una parte muy importante de la responsabi­lidad?

Las grandes cadenas hoteleras transnacio­nales están comprando muchos hoteles a empresas locales y nacionales para monopoliza­r el sector cuando el turismo vuelva

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JOAQUÍN A. ABRAS SANTIAGO duendedelr­ealejo1@gmail.com
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