La junta birmana empuja a la prensa independiente a la desaparición
● El miedo al arresto y las torturas lleva a los periodistas a huir del país, sumido en un apagón informativo
El miedo al arresto y las torturas de los militares han empujado a una veintena de periodistas birmanos a abandonar el país, sumergido en un apagón informativo que en pocas semanas ha aniquilado los últimos periódicos independientes impresos y empujado a los reporteros a una vida casi clandestina.
“Mi miedo no es ser arrestado o que me maten de un disparo. Lo que más me asusta es ser interrogado y torturas. A algunos detenidos los matan brutalmente bajo custodia”, cuenta a Efe un reportero de 30 años que hace una semana decidió abandonar Rangún, la ciudad más poblada, y buscar la manera de irse del país.
Las noticias de muertes por la represión de las fuerzas del orden son diarias, con las ocho últimas víctimas fallecidas ayer en Aungban, en el sur del estado Shan, durante una protesta.
El periodista entrevistado por Efe, que prefiere mantener el anonimato por temor, ya estaba en el punto de mira de la junta militar que perpetró un golpe de Estado el 1 de febrero y, al ver cómo la represión sobre los periodistas se iba endureciendo, decidió ponerse a salvo.
“Es probable que esté en una lista de los militares porque ya tuve problemas con ellos por una entrevista que hice en 2020. Decidí irme porque he oído que las medidas se van a endurecer”, cuenta.
Durante semanas se encontró con las dificultades de trabajar en una ciudad donde las calles se cortaban a diario por miles de manifestantes y por las barricadas colocadas por militares y policías, y con el miedo permanente a ser detenido o incluso alcanzado por un disparo.
Desde que se produjo el golpe se fue de su domicilio habitual y se ha movido de una “casa segura” a otra, ayudado por su red de contactos y tratando de anticiparse a las redadas que las fuerzas del orden han realizado en las últimas semanas.
Si bien en los primeros días después del golpe los medios de comunicación seguían funcionando con normalidad, los militares fueron aumentando la presión paulatinamente.
Tras un aviso sobre el lenguaje que debían usar los medios al referirse a los militares, el primer gran golpe fue la aprobación el 14 de febrero de una norma que considera delito “causar miedo, difundir noticias falsas e incitar directa o indirectamente a una ofensa criminal contra un empleado público”.
Muchos analistas veían en esa ley un pretexto para poder arrestar periodistas a discreción, algo que comenzó a ocurrir el 27 de febrero, con la detención de los cinco primeros reporteros por infringirla.
Desde entonces, el goteo ha sido constante, con al menos 37 periodistas detenidos –19 de ellos todavía bajo arresto– según los datos de Naciones Unidas.
Esa estadística no incluye a los dos periodistas (del portal Mizzima News y del servicio birmano de la BBC) arrestados ayer en Naipyidó, la capital, mientras cubrían la declaración judicial de Win Htein, político arrestado de la Liga Nacional para la Democracia (LND), el partido de Aung San Suu Kyi.