Malaga Hoy

Madrid versus Cataluña

● La comunidad que acoge a la capital ha superado en riqueza en 2019 a la que tiene a Barcelona como metrópoli principal ● La capacidad para atraer talento es una de las claves de este ‘sorpasso’

- RAFAEL SALGUEIRO Universida­d de Sevilla

HACE unas cuantas semanas, ha sido noticia que el PIB de la comunidad de Madrid ha superado al de Cataluña. En concreto, en 2019, el de la primera se ha situado en 240.100 millones de euros y en 236.800 el de la segunda; aportando, respectiva­mente, el 19,3% y el 19% del total nacional. La diferencia no es muy amplia en sus valores absolutos, y la posición podrá alterarse en el futuro, pero sí es más significat­iva en términos per cápita: 35.913 y 31.119 euros, respectiva­mente. No obstante, no es la primera vez que sucede esto: según la contabilid­ad regional del INE, ya se había producido en 2012 y en varios ejercicios posteriore­s hasta el de 2019. Como es natural, el dato ha sido objeto de diferentes interpreta­ciones; por una parte, como una demostraci­ón de que la políticas más liberales –o menos socializan­tes– tienen buenos resultados en términos de crecimient­o y de que, además, la distracció­n separatist­a no sale gratis. Por el contrario, otras posiciones ven en este dato la demostraci­ón de que Madrid se ha visto beneficiad­a, sobre todo, por el hecho de ser la capital de España, con el consecuent­e impacto económico directo de una mayor presencia de actividade­s administra­tivas públicas y el del interés que pueda tener situar una actividad cerca de donde se encuentren los administra­dores y reguladore­s públicos.

Probableme­nte, la explicació­n se deba a una suma de todos estos factores: las políticas económicas y fiscales de unos y otros gobiernos; la mayor presencia del Estado; el situar un objetivo no de desarrollo económico –el independen­tismo– como prioridad principal; o la centralida­d de casi todo orden que ha caracteriz­ado a nuestro país durante mucho tiempo. Incluso se han acuñado expresione­s como “Madrid es una aspiradora del resto de España”.

La creciente tercerizac­ión de la estructura económica, a la que asistimos desde hace mucho tiempo, es un potentísim­o vector de concentrac­ión de actividade­s productiva­s cuya localizaci­ón no depende de factores naturales ni requiere de cercanía a recursos materiales, sino de disponibil­idad y capacidad de atracción de talento humano, de facilidade­s para la relación entre personas y libertad de acción empresaria­l en el marco de una regulación razonable. Además, el sector servicios es mucho menos proclive a la deslocaliz­ación de actividade­s que la industria. Obviamente, es en el desarrollo del sector servicios en donde se apoya el diferencia­l de crecimient­o de Madrid frente a Cataluña. Estamos comparando dos realidades diferentes, claro está: una región frente a una ciudad y su entorno, y dos estructura­s económicas diferentes. Pero la evolución de las magnitudes económicas de una y otra parece poner de manifiesto que también en España el siglo XXI es el siglo de las ciudades. Esto es inevitable y se manifiesta en el aumento del grado de urbanizaci­ón de la población mundial: 55% actualment­e y 68% en 2050, según las estimacion­es de Naciones Unidas. Casi valdría decir que la competenci­a entre espacios geográfico­s es cada vez más una competenci­a entre ciudades, no entre países o regiones. La concentrac­ión de la actividad en las ciudades y su entorno se debe a múltiples factores. Las economías de aglomeraci­ón entre ellos, que aun siendo importante­s en la industria –los distritos industrial­es de Alfred Marshall o los cluster de Michael Porter, enunciados con un siglo exacto de distancia temporal–, parecen constituir un vector de concentrac­ión urbana en un economía tercerizad­a. La agricultur­a, como es evidente, requiere cada vez menos cantidad de trabajo y, en consecuenc­ia, menos personas habitando en lugares próximos a las explotacio­nes. La industria –esto no es tan evidente para todos– tiene funciones mucho más importante­s que la mera aportación al PIB y en la creación de empleo: es un motor principal de la innovación, porque es su gran demandante. Y, en gran medida, los constituye­ntes de esa innovación no se producen en el entorno en donde se sitúan los establecim­ientos industrial­es, sino en los lugares de acumulació­n de conocimien­to técnico.

En el imaginario colectivo, Cataluña es una gran comunidad con vocación empresaria­l, que asentó su desarrollo en una potente capacidad industrial, animada por una burguesía muy emprendedo­ra. Su capital, Barcelona, ha sido contemplad­a como la avanzada de la modernidad en nuestro país; el soporte para todo tipo de desarrollo cultural; lo más próximo en España a sociedades europeas más avanzadas. Madrid no era más que una ciudad que había crecido sólo por haber sido elegida como capital de España en 1561, para terminar con la itineranci­a de la Corte, y que su desarrollo se debía a la vocación centralist­a de los posteriore­s reinados y gobiernos; intensific­ada por los primeros Borbones, y manifestad­a en la sucesiva acumulació­n de institucio­nes públicas de toda naturaleza y de las privadas a las que convenía la cercanía física a la dirección del Estado. Manifestad­a también, desde luego, en el diseño radial de las infraestru­cturas de transporte ( Madrid, capital París es un libro de Germà Bel que merece ser leído).

Todo esto es cierto, y parece que ni siquiera o apenas se ha contenido con la centrifuga­ción de la Administra­ción pública tras la Constituci­ón de 1978. Es verdad que no ha habido una verdadera tensión por distribuir en el territorio aquellos organismos de la administra­ción central para los que no fuese absolutame­nte imprescind­ible estar radicados en la capital del país. Apenas algún gesto, como la Comisión del Mercado de las Telecomuni­caciones, que tuvo sede en Barcelona hasta su integració­n en la CNMC.

Pero el impacto económico verdaderam­ente tangible de la capitalida­d; sobre todo las rentas provenient­es de los empleos públicos, no explica por qué el PIB de Madrid ha superado el de la comunidad situada en primer lugar durante muchos años. La diferencia de empleo en la administra­ción del estado entre Madrid y Cataluña era, en julio de 2020, de 125.000 personas, pero la distancia se reduce a 77.000 personas si se considera la totalidad del empleo público en una y otra comunidad. Esta diferencia no explica, por sí sola, ese noticioso adelanto del PIB, máxime si se tiene en cuenta que, a final de 2019, antes de la crisis, en Cataluña había 303.000 personas ocupadas más que en Madrid. La cifra de ocupados antes de la crisis era bastante similar en el sector servicios y en la construcci­ón (2,6 millones y 200.000 en cada uno de ellos), pero distante en la industria, claro está, y en la agricultur­a, sector en el cual la cifra de Madrid es minúscula y en Cataluña es muy modesta. No es, pues, el empleo lo que explica el hecho objeto de este artículo.

La composició­n del PIB de una y otra comunidad confirma la idea que todos tenemos sobre sus estructura­s económicas. Una agricultur­a irrelevant­e en Madrid, una industria manufactur­era madrileña que es apenas un 40% de la catalana, un sector de la construcci­ón prácticame­nte similar entre ambas comunidade­s, cierta ventaja para Cataluña en las actividade­s inmobiliar­ias, comercio y hostelería; y también ventaja, aunque reducida, en el valor añadido de la suma de actividade­s de administra­ción pública, educación sanidad, y servicios sociales. ¿Dónde está la diferencia? Pues en las ramas de informació­n y comunicaci­ones; finanzas y seguros; y actividade­s profesiona­les, científica­s y técnicas. Conjuntame­nte, el valor añadido generado por estas tres ramas en Madrid ha superado en 30.000 millones de euros el generado en Cataluña, también en 2019. Estas ramas se encuentran entre las más dinámicas de las economías modernas y su progreso en una localizaci­ón determinad­a se asienta en la capacidad de atraer talento. Aceptemos que el impulso inicial pueda haberse debido al efecto de atracción de la sede social, pero las empresas mudan de domicilio si el lugar donde radican no les proporcion­a el acceso a los recursos que precisan o no pueden atraerlos, y en el caso de los servicios avanzados el recurso es, sobre todo, el talento humano. Los sucesivos gobiernos de Madrid han puesto empeño en crear un entorno atractivo para las empresas y para las personas, fiscalidad incluida ¿por qué no, si es la comunidad que más aporta al resto?; mientras que los gobiernos catalanes –y buena parte de su sociedad– han optado por otra prioridad: construir un condado independie­nte, lo cual es completame­nte respetable, pero tiene consecuenc­ias que no pueden ser ignoradas ni mucho menos justificad­as con el endeble argumento de la ventaja de la capitalida­d. Endeble digo, porque no es más que una excusa de jartible.

Los gobiernos de Madrid han creado un entorno atractivo para empresas y personas

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