Memoria de las cosas
LA CASA DEL TIEMPO bre llega al pueblo de su infancia para resolver unos asuntos y acaba comprándose, en un arrebato, la casa de su antigua profesora. En esa casa, y gracias a aquella joven maestra, el hombre conoció, cuando era niño, el misterio y la profundidad del mundo. De modo que lo que Mancielli plantea al lector, con un suave viso de comedia, es la autoría real de tal encuentro: ¿ha sido el hombre o ha sido la casa quien, de alguna forma, ha obrado ese encuentro del protagonista con su pasado? Por otra parte, y tratándose de una autora italiana de cierta edad, resulta inevitable que la guerra asome sus gallardetes. Lo hace, sin embargo, de un modo circunstancial, fruto de la naturaleza memorística, de la cualidad espectral, de
Los tres volúmenes de Palmagallarda cubren algo más de una década, entre los meses previos al inicio de la Guerra Civil y los posteriores a la derrota del Eje, cuando el régimen franquista, aislado de la comunidad internacional, afronta un futuro incierto, marcado por la represión, la autarquía y la persistencia de la dictadura. El cierre se data en una fecha muy precisa, el 6 de febrero de 1947, durante una de las catastróficas riadas que anegaron Sevilla y los pueblos ribereños de la provincia, y la mejor prueba del buen hacer de Romero de Solís es que el lector se queda con ganas de saber más de los personajes que han sobrevivido, los más jóvenes de los cuales –angloandaluces educados en Gran Bretaña– tienen todavía la vida por delante. A lo largo de más de mil ochocientas páginas, el autor ha desplegado un fresco grandioso que no se reduce, dada su perspectiva total, a la radiografía de la vieja nobleza, pero es mucho lo que se nos muestra de sus costumbres, su entorno y su vida cotidiana. Junto con el admirable retrato de caracteres o el procedimiento de narración por escenas, en las que los diálogos contienen buena parte de los hechos relatados, las minuciosas descripciones, repletas de detalles exactos y significativos, le dan lustre y densidad a una escritura que suma a su calidad literaria una decidida voluntad de reconstrucción –las faenas del agro, el ritmo de las estaciones, los rituales y enseres domésticos, las relaciones sociales o desde luego la gastronomía, uno de los campos predilectos de Romero de Solís, ocupado ahora en la redacción de un esperado ensayo sobre Paisaje, cocina y literatura– de alto valor antropológico. Cualquiera que desee conocer ese mundo, apresado en el momento en el que va dejando de existir pero aún conserva algo de su singularidad irrecuperable, no tendrá más remedio que volver a Recuerda.