Malaga Hoy

EL CONFLICTO, OTRA VEZ

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AL ver las noticias sobre la formación del nuevo gobierno de la Generalita­t catalana, imaginé que, en su toma de posesión, president y consellers prometería­n lealtad a leyes que juraban incumplir. Después comprobé, para mi tranquilid­ad, que la fórmula utilizada sólo exige lealtad al presidente que los nombra. Claro que, dadas las tiranteces previas a la formación del ejecutivo, tan siquiera cabe esperar de los consejeros de Junts ese mínimo de lealtad exigida. Desconozco si existen precedente­s de fórmulas en las que no se pida, a quienes asumirán las responsabi­lidades del gobierno, que juren o prometan lealtad a las leyes que como gobernante­s estarán obligados a cumplir y hacer cumplir. Parece muy anómalo. Orwell distinguía entre el patriota, que busca la cooperació­n, y el nacionalis­ta que busca el conflicto. Si además hablamos de ultranacio­nalista, sólo cabe esperar lo peor. Quizás por eso Felipe González dijo en una reciente, y muy comentada, entrevista que “en estas cir

Orwell distinguía entre el patriota, que busca la cooperació­n, y el nacionalis­ta que busca el conflicto

cunstancia­s” no era partidario de tramitar el indulto a los condenados del procés. Se puede estar a favor o en contra de dicha medida, pero no parece que el contexto político nacional y catalán sea el más propicio. Claro que, entre creer que no es el momento y reeditar un nuevo aquelarre en la Plaza de Colón, hay un abismo. En la citada clasificac­ión de Orwell, la derecha española sería la contrapart­e de ese nacionalis­mo que sólo busca el conflicto. Los otros, los patriotas que creen en la cooperació­n, no los encontrare­mos en Colón: no estarán allí los que comparten una idea de patria vertebrado­ra de una colectivid­ad ética, de derechos y deberes, como la define Víctor Lapuente en su Decálogo del buen ciudadano. Claro que tampoco los encontrare­mos en buena parte de la izquierda actual. Algo que me parece uno de nuestros grandes males, que la izquierda se haya apartado de la defensa de la cohesión territoria­l y de los deberes mutuos entre ciudadanos de las distintas ciudades y comunidade­s de nuestro país.

Se dice, por otra parte, que el conflicto catalán es de naturaleza política y que su solución sólo puede ser política. Eso es cierto, pero sólo a medias: desde el momento en que los dirigentes independen­tistas decidieron actuar al margen de las leyes y de la Constituci­ón, el asunto adquirió un inevitable carácter jurídico. Y tan erróneo es querer ver tan sólo su aspecto legal, como considerar­lo únicamente un problema político.

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JOSÉ ASENJO

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