La infancia profanada por la guerra
Crítica de Cine
PEQUEÑO PAÍS
★★★★ ★
Drama, Francia, 2020, 112 min. Dirección y guión: Eric Barbier. Fotografía: Antoine Sanier. Música: Renaud Barbier. Intérpretes: Jean-Paul Rouve, Djibril Vancoppenolle, Dayle de Medina, Isabelle Kobano.
Buen título el de Pequeño país. Porque esta película trata, con delicadeza, pero también con fuerza, de la pequeñez arrasada por acontecimientos históricos devastadores. Primero la pequeñez –fragilidad, indefensión– de los niños y de sus universos afectivos. Después la pequeñez de las vidas humanas, las de niños y adultos, cuando son destrozadas por una catástrofe mucho peor que las naturales: la que provoca la maldad humana. El pequeño protagonista de esta película es Gabriel. La catástrofe que arrasará su vida y apagará la luz de su infancia es la guerra civil de Burundi y el genocidio de los tutsis.
La infancia destrozada, profanada, por la guerra ha obsesionado a muchos escritores y cineastas. No hay símbolo o imagen más poderosa de su crueldad que el de su indefensión aplastada por fuerzas por completo ajenas a sus vidas y a sus posibilidades de comprensión que en un instante arrasan su mundo. En España tenemos una conmovedora joya – Canciones para después de una guerra– en la que Martín Patino centró toda la crueldad de la Guerra Civil y la posguerra en las imágenes documentales de los niños.
Pequeño país es ficción, no un documental, pero de base real: el guión está escrito a partir de la novela autobiográfica del cantante y escritor franco-ruandés Gaël Faye, de madre tutsi y padre francés, que logró huir del país con 13 años junto a su pequeña hermana repatriándose en Francia. La ha convertido en guión y dirigido el casi outsider Eric Barbier, autor de marcado por estrepitosos fracasos de costosas producciones ( Le brasier), obras a la vez interesantes, fallidas y extravagantes ( Toreros) y algún éxito moderado ( Serpiente, Promesa al amanecer).
Pequeño país es su película más equilibrada entre ambición y resultados, entre las exigencias de su planteamiento y los recursos expresivos utilizados. Partida en dos, como la infancia del protagonista, arranca llena de encanto e inocencia para deslizarse suavemente en la tristeza (las tensiones internas que acabarán por romper la familia) hasta caer en el horror (las tensiones externas que conducirán a las matanzas), todo sensible e inteligentemente narrado a través de la mirada primero maravillada y después desolada del niño protagonista. En esta difícil transición Barbier exhibe sus mejores dotes como director, logrando a la vez reflejar con exactitud el conflicto (inteligente uso de materiales visuales y sonoros originales) y su impacto sobre el protagonista y su familia. Excepcional la interpretación del apenas adolescente Djibril Vancopennolle, centro absoluto de la película.