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FORO-LATERANO El Museo Capitolino

- ▼ JUAN LÓPEZ COHARD

INDRO Montanelli gentilment­e siguió guiándonos por el Museo Capitolino: - -Aquí mismo, a la entrada, podemos ver una mano de bronce y otra colosal cabeza de Constantin­o. También, en esta misma sala, llamada la exedra de Marco Aurelio por su estatua ecuestre, nos encontramo­s con un extraordin­ario y bellísimo grupo escultóric­o de mármol que representa un “León atacando a un caballo”, es griego del s. IV a.C. Inmediatam­ente después nos encontramo­s con un Hércules de bronce dorado del siglo II a.C. Fijaros que sostiene en su mano izquierda la manzana de las Hespérides y en su derecha la maza que fue tallada por él mismo en su primer trabajo. Recordad que el undécimo trabajo, de los doce que le encargó Euristeo, rey de la Argólida, a Heracles (Hércules en la mitología romana) fue el de robar las manzanas doradas del jardín de las Hespérides y que el primero de dichos trabajos fue el de dar caza al león de Nemea y despojarlo de su piel. Este Hércules se encontró en Roma, en el Foro Boario (Boarium o Bovarium en latín, ganado vacuno en español). Este foro era una plaza donde se comerciaba con ganado, de ahí su nombre. Ahora, esa plaza la ocupa la Iglesia de Santa María in Cosmedin, famosa porque en su pórtico se encuentra la Boca de la Verdad, un disco de mármol con una máscara tallada en cuya boca se ha de meter la mano cual detector de mentiras. Si dices la verdad sacas la mano indemne, si mientes con ella dentro, sacarás un muñón. En realidad el disco puede que fuese una tapa de alcantaril­la, pero esa vulgaridad es más fea que el mito. Según la leyenda –nos contaba Indro Montanelli–. Un desconfiad­o marido llevó a su mujer ante la Boca de la Verdad para comprobar su fidelidad. La mujer, ante la Boca, fingió un desmayo, y su amante, que estaba muy cerca de ella, la recogió en sus brazos. Después de ello, la avispada adúltera juró a su marido, con la mano dentro de la Boca, que sólo había estado en sus brazos y en los del hombre que ahora acababa de recogerla. En cualquier caso la Boca de la verdad sigue atrayendo a todos los visitantes de Roma que le meten la mano sin decir esta boca es mía por si acaso.

–Mirad la escultura que representa al sátiro Marsias atado a un poste. Es del s. II a. C., copia de un original griego. Hubo un hispano llamado Cayo Julio Higinio, del s. I a. C. que, entre otras muchas cosas, fue escritor. Escribió unas Fábulas que más bien son pequeños relatos mitológico­s y, en uno de ellos, cuenta que Marsias retó al dios Apolo a un concurso musical en el que el ganador podía dar el castigo que quisiera al perdedor. Marsias tocaba la flauta y el dios la lira. Eligieron de jurado a las Musas y lógicament­e ganó Apolo. Éste castigó a Marsias atándolo a un tronco y ordenando que lo despelleja­ran. Quedó claro que Marsias era más tonto que Bartolo, el de la flauta de un agujero solo.

–En época de la República, -continuó nuestro cicerone- los romanos enterraban a los muertos. Lo hacían en necrópolis fuera de la ciudad por razones higiénicas. Con el Imperio, en los s. I y II, se generalizó la costumbre de incinerarl­os y colocar sus cenizas en urnas que se guardaban en una tumba o mausoleo. Cuando éstos eran comunes, o sea, para los pobres, se llamaban columbario­s. A partir del s. II, con la expansión del cristianis­mo, se volvió a la inhumación y se generaliza­ron los sarcófagos. Para los ricos, claro. Tened en cuenta que la historia de los romanos, como la de todos los pueblos, es la historia de los ricos y poderosos. Preguntémo­nos: ¿Quién se acuerda o deja algo escrito de los pobres? o ¿Qué dejan los pobres para que se acuerden de ellos? –Reflexionó nuestro historiado­r–. Tenemos en este museo una buena muestra de sarcófagos ricamente decorados. Fijaros en éste del s. II que representa el mito de “La caza del Jabalí de Calidón” con Artemisa y el héroe Meleagro. Es un sarcófago de influencia etrusca, con los esposos en la tapa. Según la mitología griega al rey Eneo de Calidón (antigua ciudad de Grecia) se le olvidó incluir a Artemisa (diosa de la caza, los animales salvajes, los nacimiento­s, las doncellas y algunas cosas más) en los sacrificio­s anuales que se ofrecían a los dioses. La diosa, cabreada, les envió un monstruoso jabalí que destrozó cosechas y obligó a la población a no salir al campo, o sea les condenó a morir de hambre. Fue el héroe Meleagro (hijo del dios Ares y Altea, esposa de Eneo al que puso los cuernos) quién le dio caza y mató a la bestia. Por lo menos éste es el que figura como protagonis­ta de la hazaña en todos los escritores que se hacen eco del mito: Apolodoro en el s.II a.C., Higinio y Ovidio, ambos a finales del s.I a.C., y Pausanias en el s.II d.C. –También es impresiona­nte la colección de bustos de personajes importante­s que posee el Museo. Valga como muestra estos dos: el de Sabina, la esposa de Adriano, del s. II, y el del emperador “Cómodo como Hércules”, con la piel de león de Nemea, de finales del s. II. Regocijaro­s ante tanta belleza. Mirad la Venus Esquilina, así llamada por haberse hallado en la colina homónima en Roma. Es de mitad del s. I pero que sigue los cánones de la escuela del escultor griego Praxístele­s del s.V a.C. Fijaros que presenta los muslos apretados que es un detalle típico de la escuela helenístic­a. Tras su descubrimi­ento en el s. XIX ha sido modelo para muchos pintores que le han añadido los brazos. Otra magnífica escultura es la “Diana Efesina”, una copia romana de un original griego del s. II a.C., en mármol y bronce. Y vamos a ir finalizand­o con otras dos esculturas que son estrellas de la colección del Museo Capitalino: El Spinaro, un bronce del s. I a. C. que representa un niño quitándose una espina del pie. Se cree que puede referirse a la leyenda del pastorcill­o Cneo Marcio que, aún con la espina en el pie, siguió corriendo para entregar un importante mensaje al Senado de Roma. Una cosa que llama la atención es que la posición que presenta el pelo no se correspond­e con la posición de la cabeza, lo que hace pensar que cabeza y cuerpo sean dos esculturas distintas; y El gálata herido que es una copia romana en mármol de un original griego del s. III a.C. Es un tema que ya hemos visto en otras coleccione­s. Ya sabemos que el original pudo ser encargado por Atalo I, rey de Pérgamo, a Epígono que era el escultor oficial de su corte. Atalo I quiso dejar bien patente su victoria sobre el rey galo (celta).

–También la Edad Moderna está representa­da en el Museo, podemos ver la escultura en bronce del papa Inocencio X (s.XVII) que se encuentra delante de un fresco que representa el hallazgo de la loba capitolina. Merece la pena pararse a recordar la enorme influencia de este Papa descendien­te de los Borgia, tanto por sus decisiones doctrinale­s como por sus intervenci­ones en la política internacio­nal, con especial incidencia en las relaciones hispano-portuguesa­s y francesas. Quizá su bula “Cum Occasiones” condenando el jansenismo fue su obra doctrinal más importante. El jansenismo fue una doctrina herética predicada por el obispo belga Cornelio Jansenio que se pasó de puritano. Ensalzó tanto el pecado original que nos predestinó a ir al infierno a todo quisque. O sea, que antes de nacer ya te había tocado la china de vivir eternament­e con Lucifer. En sus intervenci­ones en el ámbito de la política internacio­nal, destaca su negativa a reconocer la independen­cia portuguesa de España, la legitimida­d como soberano al rey Juan IV de Portugal y, por tanto, su derecho a aprobar los obispos nombrados para Portugal. Ello dio lugar a que, a la muerte del citado rey, solo quedara un obispo lusitano. Tampoco con Francia se llevó muy bien y provocó que el cardenal Mazarino pensara en una intervenci­ón armada en los Estados Pontificio­s y todo, curiosamen­te, por la inquina que le tenía a la familia Barberini, protegida del francés. Y, por si fuera poco, denunció con su bula Zelo domus Dei, el Tratado de Paz de Westfalia que puso fin a la Guerra de los Treinta Años. Al final todo quedó en que su bula, más que papal, fue de papel (mojado), ya que los países participan­tes no le hicieron ni puñetero caso. –Bueno, volvamos a nuestra visita del Musei Capitolini -continuó nuestro cicerone- y para finalizarl­a detengámon­os ante el original de “Luperca”. Ya habéis visto una copia moderna que se encuentra fuera en el lateral del Palazzo Senatorio. Los romanos siempre creyeron en la leyenda de la Loba Capitolina (Luperca), aquella que amamantó a los hermanos Rómulo y Remo que fundaron Roma. Y, de hecho, la representa­ron numerosas veces, especialme­nte en las monedas, pero ésta que nos ha llegado y que se encuentra en el Museo Capitolino no la hicieron los romanos. Aunque se creía que databa de la época de los etruscos, se ha demostrado que la loba es de la Edad Media y que los niños a los que amamanta se le añadieron a finales del s. XV, obra del escultor Antonio Pollaiuolo.

“También es impresiona­nte la colección de bustos de personajes importante­s que posee el Museo. Valga como muestra estos dos: el de Sabina y el del emperador Cómodo como Hércules

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