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SUMAMENTE ENAMORADO

- ▼ JOSÉ LUIS MALO

DE vez en cuando me ocurre. Y me encanta: una palabra o una frase habitual emerge ante ti con otra piel. Deconstrui­da. O con un disfraz que hasta entonces se había mostrado oculto. “Estoy sumamente enamorado”. Era una frase lógica en el contexto de la conversaci­ón, sin resaltos ni badenes. Pero de pronto apareció en mi mente con otro pelaje. Emergiendo como un géiser con un nuevo orden: “Estoy suma mente enamorado”. Y ahí comenzó a germinar la semilla de este artículo de opinión.

El adverbio sumamente se disgregó en mi cabeza para dar lugar a un nuevo proceso cognitivo: la asociación entre suma y mente. La unión de dos cerebros que se comparten. Dos mentes que deciden sumar la una a y en la otra. Y ahí radica gran parte del éxito en el amor, en esa fuerza que trasciende todas las drogas que suministra la atracción sexual (tristement­e con su fecha de caducidad) y la rutina, que con el tiempo suele aparecer en las parejas con su guadaña para sumirlas en la hibernació­n.

La admiración es el salvocondu­cto de las relaciones a largo plazo. Cuando la pasión se apaga. Cuando los planes nuevos e ilusionant­es ya no lo son tanto. Cuando los regalos ya no causan tanta sorpresa y empiezan a ser previsible­s. Cuando los problemas o la erosión de nuestras facultades por culpa de la edad son cada vez más patentes, ahí está ella al rescate. La admiración, entendida siempre de manera bidireccio­nal, porque si no es así también puede ser destructiv­a y tóxica, resulta un factor muy poderoso. Donde hay admiración, hay respeto. Hay sinergia y lazos fuertes de conexión. Su físico menguará, pero segurament­e su mente, si se preocupa de cultivarla y trabajar con ella, se hará más fuerte. Así que el vínculo entre vosotros lo hará también. También evita que su hueco lo ocupen el desprecio, el resentimie­nto, la aversión o el odio.

La admiración, además, se contrapone a la idealizaci­ón. Cuando idealizamo­s a la persona de la que nos enamoramos, la queremos hacer encajar en un traje ya creado en nuestra mente y en el que difícilmen­te entrará. Admirar va cosiendo un traje a medida de la otra persona. Le dejamos entrar en nuestro mundo de manera natural, con sus virtudes y defectos, sin que el amor ciegue la libertad de su derecho a fallar, a que muestre actitudes que no nos terminan de gustar, pero que no amenazan nuestra idea global.

La admiración es un canal de comunicaci­ón vivo. De hecho, también comporta un poderosísi­mo poder erótico; dos cerebros que se admiran crean una química que también sale a flote entre las sábanas, y coloca el sexo en un estrato superior. La pasión con que tu pareja vive su trabajo. La humildad ante las correccion­es o para reconocer lo que no sabe. La manera en que educa a los hijos. Cómo vive con devoción sus hobbies, ya sea bailar, tocar un instrument­o o disfrutar de la naturaleza. Su capacidad para aprender y hacer aprender. Su manera de apoyar a su gente o regar su autoestima. Su gusto por conocer nuevas cosas. Su habilidad para experiment­ar nuevas vivencias… Mientras otros creen que los músculos más fibrosos, las curvas más mareantes, los coches más pomposos o las billeteras más llenas son una gran fuente de deseo o atracción, esas maravillas diarias son las que mantienen en pie las relaciones y solidifica­n sus cimientos.

Y es altamente contagioso. Cuando uno se siente admirado, le puede llevar a hacer como a Jack Nicholson en Mejor Imposible, donde nos dejó una de las declaracio­nes de amor más bonitas y sanas de la historia del cine: “Tú me haces querer ser mejor persona”.

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