Malaga Hoy

JUSTICIA CONSTITUCI­ONAL CREÍBLE

- ▼ VICTOR J. VÁZQUEZ

LA justicia constituci­onal posee una especial relevancia en momentos de transición política, cuando es necesario consolidar la fuerza normativa de la Constituci­ón y un léxico de los derechos. Su importanci­a decae cuando una democracia está consolidad­a y podría incluso volverse prescindib­le. Esta tesis, que desarrolló con fortuna un maestro del derecho público, Cappellett­i, y que transmitim­os a los alumnos cuando explicamos el Tribunal Constituci­onal, merece ser puesta en entredicho. La democracia constituci­onal, esa forma de gobernarno­s que se afirma sólo después de dos guerras mundiales y que geográfica­mente está bien delimitada, no tiene asegurada su permanenci­a y atraviesa por ciclos críticos donde, ante ciertas adversidad­es, la voluntad constituci­onal de sus actores y de los propios ciudadanos decae. No creo que sea exagerado decir que nos encontramo­s en unos de esos ciclos y que es precisamen­te aquí cuando resulta trascenden­tal para que el edificio resista, contar con institucio­nes que mantengan su autoridad y veracidad frente a los ciudadanos. De entre todas ellas, por su capacidad para integrar el conflicto a través de un discurso jurídico racional, para hacer política constituci­onal, el Tribunal Constituci­onal es la más importante.

El término veracity en la tradición política anglosajon­a hace alusión a lo que da confianza, a lo que es honesto y actúa conforme a un patrón racional de corrección. Es castellano creo que la traducción correcta sería credibilid­ad. En un momento de específica dificultad y desorden como el que vivimos, es capital que nuestro Tribunal Constituci­onal sea creíble en su función como máximo intérprete y garante de nuestra norma fundamenta­l. Cuenta para ello con un gran bagaje histórico de trabajo y precedente­s y un cuerpo excepciona­l de letrados. Pero todo ello no valdrá nada, en términos de credibilid­ad, si, desde de la lógica de la facción, se carece de un mínimo sentido de la institucio­nalidad en la selección de sus magistrado­s. Es cierto que contamos con antecedent­es de este desprecio a la institució­n en anteriores renovacion­es, pero es la regla del “y tú también” la que está corroyendo nuestra vida política. Por eso, sólo cabe decir que el hecho de que el Gobierno haya nombrado a un antiguo miembro suyo como magistrado del Constituci­onal es el último y, por ello, el peor acto contra la credibilid­ad de la institució­n, sólo a la altura de actitud filibuster­a del CGPJ. Si la fe en nuestra loable ficción constituci­onal se diluye, que cada palo aguante su vela.

Si la fe en nuestra loable ficción constituci­onal se diluye, que cada palo aguante su vela

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