Malaga Hoy

FALSA HUMILDAD

- ▼ ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

SOY un entusiasta de la falsa humildad. Con el tiempo he ido viendo que gracias a ella he sido sincero muchas veces. “¡Qué bien la conferenci­a!”, me dicen. “¡Psch, no ha sido para tanto…!”, se engola mi falsa humildad. Luego veo el vídeo y me doy cuenta de que todavía me quedé largo: en efecto, no fue, ni mucho menos, para tanto.

Aún me gusta más la falsa humildad que es un orgullo verdadero, aunque esa no tengo fondos para permitírme­la. Dos de las personas que más admiro recurriero­n mucho a ella. Santa Teresa de Jesús se las tra

ía tirando de ironía a cuenta de su condición de mujer: “Veo los tiempos de manera que no es razón desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres”. Y todavía más: “Podrá ser aproveche para atinar en cosas menudas más que los letrados, que, por tener otras ocupacione­s más importante­s y ser varones fuertes, no hacen tanto caso de las cosas que en sí no parecen nada, y a cosa tan flaca como somos las mujeres todo nos puede dañar”. Sabía que estaba escribiend­o una de las obras más perspicace­s y profundas de la ascética, pero no por eso dejaba de reírse a hurtadilla­s, como Sara de Ur.

Otro tanto hace Jane Austen para quitarse de encima los consejos condescend­ientes de escribir de otras tramas más elevadas que le daba un correspons­al: “De las mate

rias de Ciencia y Filosofía yo no sé nada ni puedo ser pródiga en citas y alusiones siendo, como soy, una mujer, que conoce sólo su lengua materna y ha leído bastante poco”. Ella sabía dónde estaba su inmenso talento y lo que podía rendir. Así que daba un femenino esquinazo.

Son cosas que todavía se leen con una sonrisa o, incluso, con una carcajada cuando se imagina uno lo serios y convencido­s que algunos hombres se tragarían esas falsas humildades tan magistrale­s. Aunque quiero pensar, por el honor de mi sexo, que alguno también se sonreiría, porque bien que estaban todos atentos a lo que escribían esas señoras, con admiración.

Al pensar en nuestros tiempos, entra una leve melancolía. Hoy sería impensable que una mujer nos tomase así el pelo. Muy bien está la igualdad, sobre todo la estrictame­nte constituci­onal que celebramos hoy, pero a veces redunda, por énfasis, en un límite a la libertad. Ni en sueños, podría una mujer ponerse así ahora, como aparenteme­nte por debajo, para mondarse de los miopes y de los vanidosos.

Curiosamen­te, eso lo podemos hacer, tal y como están las cosas, los hombres.

Celebramos por todo lo alto la igualdad, pero recordamos cuando ellas se reían por lo bajo

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