De negarse a entrenar a ser la llave de la Octava
EL 10 DE MARZO, ANELKA SE PLANTÓ. FUE APARTADO DEL EQUIPO DE MANERA INMEDIATA. DEL BOSQUE PERDONÓ LA REBELIÓN Y EL FRANCÉS FUE CLAVE ANTE EL BAYEN EN LAS SEMIFINALES
La temporada 1999-00 es una de las más apasionantes en la historia del Real Madrid. El equipo blanco vivió momentos de zozobra, tan duros que llegó a ver más cerca la zona de descenso que la parte alta. El 18 de noviembre, se comunicó la destitución de John Benjamin Toshack. La relación entre el galés y sus jugadores pasó de tensa a inaguantable cuando el 3 de noviembre, tras ganar 2-3 en Vallecas, el entrenador blanco puso en la diana a su portero al diseccionar uno a uno los errores de Bizzarri. Lorenzo Sanz llamó al banquillo a Del Bosque.
Al salmantino le tocó gestionar una etapa turbulenta en la que aparecieron canteranos como Meca o Zárate para echar una mano en momentos muy delicados. Atascado en LaLiga (acabaría quinto) y con un buen susto en los cuartos de Copa ante el Mérida (1-0 en Chamartín y 2-1 en la vuelta, con prórroga), el 10 de marzo los jugadores del Madrid estaban citados en la Ciudad Deportiva para preparar la visita al Sevilla al día siguiente y un partido crucial en la Liga de Campeones. Tras perder los dos con el Bayern, la segunda plaza y el pase a cuartos era un mano a mano entre los blancos y el Dinamo de Kiev. Los ucranianos eran los visitantes en la penúltima jornada, día 14.
Esa mañana, la del 10 de marzo, Nicolas Anelka comunicó a Del Bosque que no se iba a entrenar. El francés, el millonario fichaje del verano anterior (5.600 millones de pesetas, 33,5 de euros, pagó el Madrid al Arsenal) pidió reunirse con el entrenador y su segundo. En el despacho les expuso que se sentía excluido, que no se alegraban de sus goles (llevaba cuatro oficiales, dos en el Mundial de clubes y uno al Barcelona). Le vino a decir, más o menos, que le tenían manía por ser extranjero.
El asombro de los entrenadores se convirtió en ira en los despachos. Más cuando tras declarar en MARCA su rebeldía ata
có con dureza en la prensa de su país: “Hierro y Del Bosque hablan de mí por detrás”; “Me echaron del despacho de malas maneras. Yo no soy un perro”; “Creen que voy a tener miedo. No me conocen”...
Del Bosque trató de calmarlo: “Tienes que entrenar, Nicolas, tienes una serie de obligaciones que cumplir, esto no es un colegio y debes ser profesional”. Imposible. Anelka fue apartado de manera inmediata. No viajó a Sevilla y se planteó una multa de 240.000 euros por cada ausencia.
MANO IZQUIERDA
El Madrid avanzó en Europa con sudores fríos. El 2-2 con el Dinamo de Kiev le obligaba a ganar al Rosenborg en Noruega. Lo hizo con un gol de Raúl nada más empezar y mucha resistencia. Luego llegó la noche de Old Trafford, la del taconazo de Redondo. Y en semifinales, de nuevo el Bayern. Eso era el 3 de mayo.
El 5 de abril, Anelka había vuelto al equipo. Sin disculparse de nada y ante nadie. El día 8 entraba en la lista de convocados para recibir al Celta. “Es un jugador más. Veremos cómo le utilizamos”, explicó Del Bosque. El miércoles 12, Anelka volvió a jugar: 0-0 ante el Espanyol en la ida de las semifinales de Copa y con la grada dividida.
Cuando llegó el Bayern, De Bosque pensó que Anelka era lo mejor para su delantera. Daba igual lo ocurrido. A los cuatro minutos, el francés encaró a Kahn y le batió por alto. El partido acabó 2-0. En Múnich, volvió a ser titular. Jancker puso el 10 pronto, pero un soberbio cabezazo de Anelka lo empató e hizo que el 2-1 final metiera en la final al Madrid. En París, en el 30 al Valencia, Nicolas fue titular. Era campeón de Europa. El fútbol y sus cosas.