MIS DOCE MUNDIALES
Infantino lanzó un alegato para lavar su conciencia y terminó confundiendo el culo con las témporas. Era más fácil: esto es un negocio.
El presidente de la FIFA estuvo en su sitio porque se han aprovechado las circunstancias para hacer cinismo. Desde hoy, fútbol.
Gianni Infantino, durante la comparecencia ayer, en la víspera del partido inaugural.
Algo se debe colar en los conductos del aire acondicionado de los presidentes de las federaciones. Hemos pasado de que Rubiales se rompió las piernas de pequeño a que Infantino sufrió bullying en el colegio porque era pelirrojo y tenía pecas. Ambos argumentos, además, no tenían nada que ver con el hecho central de sus declaraciones. En el caso de Infantino, quiso salir airoso de las razones que han llevado a disputar el Mundial en Qatar. La razón es mucho más directa de lo que quiso explicar el presidente de la FIFA: Qatar
quería comprarse un Mundial y la FIFA se lo vendió. Ya está. Fue una transacción comercial. Una operación entre un organismo con la reputación dañada, la FIFA, y un país, Qatar, sobre cuya reputación no hay ninguna duda: una dictadura en la que los derechos humanos brillan por su ausencia. Infantino se enredó en una especie de lavado de conciencia —no se sabe si suyo o de toda la FIFA— en el que quiso repartir culpas con el mundo occidental por los últimos 3.000 años de la historia universal. Un despropósito, vamos.
EL PARAGUAS OCCIDENTAL
Le acompañó su jefe de comunicación, Bryan Swanson, que declaró su homosexualidad. Una declaración bajo el paraguas del mundo occidental, claro. Porque si Swanson llega a declararlo en Qatar, en cualquier otro momento, acaba donde los 6.500 trabajadores explotados por el régimen. Hoy empieza el Mundial. Show must go on y nuestra hipocresía, también.