SIRIA Y YO
«Si es necesario tomaremos las armas junto a nuestros maridos», dicen sin vacilar las mujeres de Saqba, un suburbio de Damasco considerado el reducto insurgente más próximo al palacio del dictador, Bashar Al Assad. El régimen lleva diez meses reprimiendo a sangre y fuego las protestas en todo el país con el terrible resultado de 6.000 muertos. Demasiados para que, incluso en un país como Siria, que ha soportado 40 años de férrea dictadura, el pueblo no se levante en armas para frenar el exterminio indiscriminado de civiles. Desertores de las fuerzas del régimen y, sobre todo, ciudadanos voluntarios han dado forma al Ejército Libre Sirio, y Saqba es uno de sus santuarios. Nos abren las puertas. Aquí, los milicianos rebeldes tienen solo rifles Ak-47para enfrentarse al que es uno de los ejércitos más poderosos de Oriente Medio. La resistencia es ahora solo un ejército ciudadano, mal equipado y en manos de hombres jóvenes. «Ellos son nuestra protección, pero nosotras también somos resistencia», dice Samia, de 28 años. Cubierta de negro por el luto, relata con una entereza que impresiona cómo perdió a su marido por los disparos de las fuerzas del régimen y mantiene a sus seis hijos con la ayuda de la comunidad rebelde. «A cambio cocino y presto refugio.» Mujeres como Samia se han echado a la calle para pedir la liberación de los detenidos en las terribles cárceles del régimen. Sus hijos, sus maridos, sus hermanos… Nawal, que no lleva hiyab, ha dejado sus estudios de ingeniería en Damasco y se unirá a la lucha. Hay una veintena de milicianos rebeldes a los que saludamos al entrar en Saqba. Solo uno de ellos nos estrecha la mano. «No puedo tocarla, soy hombre religioso», y se señalan la cinta de su frente y en la que han escrito «Alá es grande». Samia y Nawal no lo tendrán fácil. Un compañero de lucha ha de poder darte la mano.