La atlántida
LAS PASARELAS SUBEN AL PODIO LA BELLEZA MISTERIOSA Y MAGNÉTICA DE LOS FONDOS MARINOS. ¿POR QUÉ SERÁ?
Según los astrónomos, en la Vía Láctea conviven millones de planetas con billones de estrellas, y, aun así, el 86% de la galaxia lo compone algo que da escalofríos por su intriga y su nombre, la materia oscura. Tales datos hacen dudar de la creencia en el paraíso celestial, ese lugar ingrávido y silencioso donde, más que ángeles y dioses, hay agujeros negros que lo convierten todo en nada. Ir al cielo ya no suena tan idílico ni redentor, y buscar en él a las divinidades no garantiza la salvación. Hay que elegir entre el atronador dios Zeus, que lanza rayos desde el cosmos, y su hermano Poseidón, dios de los mares y amo y señor de la Atlántida, el continente sumergido cuya civilización ha sido y es inspiración de artistas y poetas, pero también de toda clase de esotéricos. Así que, cuando la ciencia acaba con el romanticismo, la esoteria ocupa su lugar en la mente de los buscadores de ideales mágicos y mitos perdidos, y en esta época al filo de la navaja, la utopía de los atlantes de Homero y Platón resulta más salvadora que la del Paraíso de Dante o la Odisea del espacio de Kubrick. Aunque venga de la mano de los viajes de ficción del capitán Nemo (Julio Verne) o de los trabajos del famoso oceanógrafo Jacques Cousteau. Ambas fuentes recogen nereidas y monstruos, tritones y medusas, corales y sirenas, héroes (Ulises) e hipocampos y demás seres marinos conocidos o inventados que, sometidos al poderoso tridente de Poseidón, sirven en bandeja una nueva iconografía para esta era: la del mar, paraíso en la tierra, paraíso no del todo perdido, paraíso donde redimirse de los excesos. Y es aquí donde entra la moda junto a otros predicadores de la fe y ofrece refugio estético a sus seguidores. El palacio del dios del mar era de coral y de gemas, y en las columnas de oricalco ( aleación de cobre) de su templo estaban escritas las leyes oceánicas. Bajo el manto azul viven peces y plantas de aspecto mitológico y nombres evocadores. Sus colores van más allá de lo que el ojo humano puede catalogar, pues la luminiscencia los matiza infinitamente, y entre ellos, los de las conchas y las madreperlas iridiscentes. Reflejar todo este universo en un vestido no es tarea fácil: lo han conseguido Sarah Burton para Alexander Mcqueen, Missoni, Versace, Chanel, Proenza Schouler, Peter Pilotto. Esperemos que el pez grande no se coma al pequeño.