METEÓRICA LANA
HABLAMOS EN NUEVA YORK CON LANA DEL REY, LA NUEVA (Y QUIÉN SABE SI EFÍMERA) REINA DEL POP.
En una heladora tarde neoyorquina, Lana del Rey se presenta en el lobby de un exclusivo club privado con aspecto inmaculado. Lleva pantalones azules ajustados, una camisa verde y una chaqueta de ante. Parece una princesa beatnik. El pelo largo caoba cae sobre su cara, y sus ojos marrones y profundos fijan la mirada a través de unas pestañas postizas. En mayo de 2011, una todavía desconocida Del Rey colgó en Youtube un vídeo casero de una canción llamada «Video Games», en la que con una voz grave y sensual cantaba sobre un amor posiblemente idílico con una triste melodía, acompañada de viejas imágenes de Hollywood y planos de ella bajo el sol. Al final del año, Del Rey era la nueva estrella de la que todo el mundo hablaba. Pero no todo lo que se decía de ella era agradable. Se le acusó de ser un producto prefabricado; una botoxizada y mimada niña pija a la que se vendía como una pin-up indie. «Es gracioso», dice Del Rey sin reírse. «Yo no tengo trampa. No hago nada raro, ni siquiera visto raro. Me he pasado años llevando mi música a discográficas, y todo el mundo me decía que daba escalofríos. Pensaban que las imágenes y la música eran raras, casi psicóticas. Y entonces es como si la gente hubiese decidido un día que en realidad no eran tan extrañas, sino demasiado perfectas. ¿Sabes qué cambió? Que las pusieron en la radio», explica. Lo que sorprende es que, más allá de su imagen, su sensibilidad está muy cerca de la superficie. Nada hay de irónico o conceptual en ella. «Soy cien por cien sincera», afirma.
POBRE NIÑA RICA
El 30 de enero la cantante editaba un álbum, «Born to Die» (Universal), donde canta a los buenos tiempos y el mal amor, el alcoholismo juvenil, la angustia existencial o la memoria. La ambientación es ensoñadora y los ritmos, básicamente trip hop. «Creo que es bonito. Es magnífico. Este álbum es yo misma en forma de canción», dice con rotundidad. El nombre real de Del Rey es Elizabeth Grant. Nació hace 25 años y creció en la pequeña ciudad de Lake Placid (Nueva York). Su padre es un inversor inmobiliario y su madre, una ejecutiva de publicidad. Clase media-alta, «no millonarios», se defiende. A pesar del
«QUERÍA UN NOMBRE QUE SONASE TAN BONITO COMO
LA MÚSICA. NO ES QUE NECESITE INTRODUCIRME EN OTRO MUNDO O PERSONAJE.»
decorado, parece que la vida íntima de Del Rey fue todo menos plácida. «Cuando era muy joven estaba hundida por el hecho de que mi madre, mi padre y todo el mundo que conocía iban a morir algún día, y yo también. Tuve una especie de crisis filosófica. Fui infeliz por un tiempo y me metí en problemas.» A menudo alude a su alcoholismo adolescente, y dice no haber probado una gota en ocho años.
CAMBIO DE PERSONAJE
Con 15 ingresó en un internado que evoca en su álbum, donde rememora a su pandilla, «una nueva generación de degeneradas reinas de la belleza». Y a los 18 se mudó a Nueva York, estudió metafísica en la universidad y aprendió sola a tocar la guitarra. «Siempre he escrito. Es lo único en lo que he sido buena. Pero no tenía por qué ser música. También monto películas. Aunque mi única ambición era ser una gran escritora.» Su principal tema ha sido su vida, fundamentalmente una relación que fracasó. «No fue mi culpa. Iba a pasar con él el resto de mi vida. Los dos estábamos limpios y sobrios. Pero cuando nos fuimos a vivir juntos empezó a meterse en problemas, y se tuvo que ir.» Durante sus años en Nueva York, Lizzi Grant se reinventó como Lana del Rey. «Quería un nombre que sonase tan bonito como la música. No siento la necesidad de introducirme en otro mundo o personaje», sostiene. En 2008 publicó un álbum que se vendió tan mal que el sello lo retiró. Y ahora, este éxito. «Sé lo que la gente piensa de mí, y no lo entiendo.» Sus críticos y acosadores no saben el efecto que han causado. No quiere salir de gira, ni dejar Nueva York. Prefiere mantener un perfil bajo. «Solo quería hacer algo bonito, y creo que lo he conseguido.» ¿Teme lo que ha desencadenado? «¿Crees que debo?», pregunta con voz temblorosa. «Quizá sí. Pero no sé qué decirte.»