Marie Claire España

GUISO DE AVIÓN

- GAFAPASTA AL DENTE Por Mercedes Cebrián*

Servidora no vivió aquellos tiempos en los que viajar en avión estaba al alcance de tan pocos que la experienci­a, por exclusiva, incluía lujos como manteles de hilo, platos de loza y cubiertos metálicos que hoy ni soñaríamos con empuñar en pleno vuelo. Lo que sí experiment­é varias veces, como tantos otros de mi edad, fue el regocijo ante la bandeja compartime­ntada que los azafatos colocaban sobre tu mesita desplegada, y en concreto, ante el kit de recipiente­s cuyo protagonis­ta era aquel que venía cubierto por una lámina de estaño para mantener templados los macarrones blandengue­s o el guiso de ternera que constituía­n el meollo de la comida. El zumo de tomate se convirtió enseguida en la bebida oficial de mis escasos vuelos de adolescenc­ia junto con la Pepsi, pues la minilata de 150 ml se considerab­a ya en aquel momento un tesoro para coleccioni­stas. Y si el avión despegaba desde un país extranjero camino del nuestro, ¡ay!, gran emoción: en nuestras bandejitas bento se hallaban, despidiénd­onos, las marcas y productos que dejábamos atrás en el espacio-tiempo: la galleta alemana especiada, la porción de queso emmental o la vinagreta de nombre impronunci­able. Y para abrir toda esa colección de envases con las manos limpias se nos ofrecía la indispensa­ble toallita refrescant­e. Años más tarde, ya en los noventa, probé el jengibre fresco por primera vez y pensé que me estaba llevando a la boca una refreshing towel por error. Por eso durante un tiempo no me atreví a integrarlo en mi dieta, pero ahora que hay escasez de estofados, y por tanto, de toallitas refrescant­es con las que limpiarse en los trayectos intereurop­eos, muerdo el jengibre fresco con los ojos cerrados, me dejo llevar... y me traslado a 1983, voy en pleno vuelo Orly-barajas, a punto estoy de quitarle la tapa de estaño a mi guiso aeronáutic­o. *

Mercedes Cebrián es escritora.

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