Marie Claire España

EL CIRCO DE LA MODA

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Entras en un desfile y, a diferencia de una sala de cine, donde los ojos tienen que ir acostumbrá­ndose a la oscuridad y a la pantalla, debes dilatar bien las pupilas antes de empezar a observar, pero, sobre todo, tienes que ponerle un filtro a tu mirada. No creerte todo lo que ves. No dejarte maravillar por el envoltorio. No envidiar la elegancia ajena, que a menudo es tan vulnerable como un jilguero. Ni aturdirte por el frenesí que reina en los pasillos de la moda. Eso sí, empuña bien la invitación para que nadie te expulse del paraíso. Acomoda pacienteme­nte el cuerpo en un banco sin respaldo, el lugar que en este baile de máscaras te asigna una tropa de relaciones públicas. Entretente con el smartphone para simular que estás muy ocupada y que no tienes nada que decirle a quien se sienta a tu lado. Y lo más difícil, mira de soslayo sin mostrar demasiado interés en todo aquello que te rodea aunque en realidad sea a lo que hemos venido: a admirar lo raro, lo excesivo, lo diferente, lo nuevo. En el juego de apariencia­s de una pasarela hay traspiés y disparate. De repente, una clienta rusa que parece recién llegada a un baile de la corte del zar exige un mejor asiento. O una periodista francesa que imita la vestimenta del Cirque du Soleil bracea desesperad­amente por saludar a Mr. Arnault. Un aire falsamente cortés planea por la sala como un ave de mirada torva. Te asombra que dos o tres mujeres, bien vestidas, subidas encima de veinte centímetro­s, se empujen groseramen­te hasta alcanzar la puerta sagrada. O te compadeces de esas modelos desvalidas que llegan corriendo del anterior desfile, y que ya han aprendido que sonreír no está de moda, por lo que parecen dolientes aunque solo les molesten las pestañas postizas. Nada es normal, pero tú debes aparentar un aire de absoluta normalidad porque estás allí dentro. Más de 150.000 personas peregrinan entre NuevaYork, Milán y París dos veces al año, algunas como observador­as invisibles, otras como artistas «autoinvita­das» dispuestas a atraer los ojos hacia su sombrero o sus zapatos mientras las modelos avanzan en ese tapis roulant que tiende al infinito. Detrás de la pasarela se escenifica un repertorio de emociones tan humanas como las de la gente corriente. Eso es: insegurida­d, miedo, envidia, pasión, frustració­n, error, silencios, llantos. Lo que no se ve y que en este número hemos querido acercarte (pág. 44). Siempre hay un instante, cuando se consumen los veinte minutos del ritual, en el que te preguntas qué será del diseñador cuando focos, flashes, indiferenc­ia o admiración congelen su sonrisa, consciente de la presión que cae sobre sus espaldas en ese circo envidiado, pero circo al fin y al cabo.

«UN AIRE FALSAMENTE CORTÉS PLANEA POR LA SALA COMO UN AVE

DE MIRADA TORVA.»

 ??  ?? Salida del desfile de Chanel en el Grand Palais durante la Semana de la Moda de París, donde la creativida­d y el exceso, la novedad y el envoltorio van de la mano.
Salida del desfile de Chanel en el Grand Palais durante la Semana de la Moda de París, donde la creativida­d y el exceso, la novedad y el envoltorio van de la mano.
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