¿DE DÓNDE SALE ESTA QUERENCIA POR EL ORNAMENTO?
Quizá nada explique mejor esta inesperada bomba manierista y tumultuosa lanzada por la moda que la propia historia del arte. Que entre todas las tendencias del otoño puedan convivir una claramente barroca y otra tan oscura como el espíritu de los tiempos actuales solo puede ocurrir en una época tan tremenda como la que nos toca vivir. Se trata de desmenuzar, o al menos explicarnos, de qué va esa vuelta de tuerca dada por algunas colecciones importantes hacia lo barroco, lo suntuoso, lo engolado y lo sobrenatural. Lanvin ha introducido encajes nunca vistos con pieles teñidas, a la manera de una imaginada Catalina la Grande de Rusia; Van Notten, «chinoiseries» y japonismos supradelicados como los que enloquecían a madame Pompadour; Valentino, túnicas etéreas, mantos y bordados como los de las vírgenes de Murillo; Balmain, bordados y recamados de perlas irregulares (origen de la palabra «barroco») sobre terciopelo al estilo del manierismo incipiente que se desarrolló en los talleres de Venecia; Marni rompe su habitual y exquisito silencio y adopta tejidos y pieles con brocados que remiten a la corte del imperio otomano; Versace riza el rizo de su estilo gótico y añade crucifijos, decoraciones y volutas a sus trajes de armada invencible; y, por último, el sobresaliente barroquismo de las iglesias de Sicilia y Nápoles, cuando todavía eran reinos de la España del Siglo de Oro, que impregna con sus oros sobre negro de procesión de Pascua y sus «putti» (querubines y angelitos desnudos) toda la colección de Dolce & Gabbana. ¿De dónde sale esta querencia por el ornamento, la decoración y el fasto? De las fábricas de tejidos, desde luego. Pero también de los talleres artesanales amenazados por la crisis y por la mano de obra barata de ultramar. Y, por supuesto, de la demanda de los mercados donde los nuevos poderosos necesitan, como el Rey Sol, no solo unos cuantos