BLANC LLEO ´
PRIMERA CATEDRÁTICA DE PROYECTOS ARQUITECTÓNICOS DE LA HISTORIA DE ESPAÑA, AFICIONADA AL ATLETISMO Y UNA DE LAS MEJOR VESTIDAS DEL NEGOCIO.
Los corredores de fondo miran lejos. Son el penúltimo eslabón de una cadena de santones de las largas distancias que transmiten sus ritos a los que vienen después; convierten su sufrimiento en combustible; luchan hasta el último aliento, gimen sordos y ciegos cuando rompen la cinta de llegada y bajo su apariencia de humildad se embosca la ambición de ir más allá; de superar los límites; de intentar una zancada más. Se sienten una raza de elegidos. Su soberbia es inmensa. Cuando Blanca Lleó (Madrid, 1958) se descalza dolorosamente las Asics teñidas de rojo por el polvo volcánico de Lanzarote tras quemar una docena de kilómetros golpeada por el viento del Sahara y se enfrenta al mundo, sigue siendo una fondista. Alguien que no se rinde. Es una metáfora de su vida. te años a arquitectos en embrión el valor para plasmar sus ideas, su forma de ver el mundo y su sensibilidad, en construcciones con alma y sentido. Y, al tiempo, ha conseguido materializar ese detallado compendio teórico en un puñado de proyectos destinados a proporcionar a la gente una vida mejor. Es una arquitecta que cree en la libertad de creación, en la transmisión de maestro a discípulo, en el sentido social e histórico de su trabajo; en el respeto a los que vendrán, en ciudades más habitables, eficientes y amables. Y cree, sobre todo, en la masa crítica de la universidad como herramienta para ese futuro.
En su caso, la arquitectura; aterrizó en la selecta Escuela de la Politécnica de Madrid con Franco de cuerpo presente como una chica contenida, educada sin pena ni gloria en las monjas y después en los jesuitas madrileños de Rato, Pablo Isla y Gallardón. En arquitectura explotaría. Sería discípula de Sáenz de Oiza, el arquitecto que reinventó Madrid con aquella torre del oligár-
Con el tiempo llegaría a quererse. El atletismo, un puntito windsurfero y un buen y caro buen gusto cercano al de un coolhunter, la convirtieron en la arquitecta mejor vestida del negocio, entre la geometría sin logos de Bottega Veneta y la frialdad de Prada, ante la mirada escéptica de sus colegas vestidos de negro y con el bolsillo de la americana repleto de portaminas Faber en estado de revista. Su cabezonada fue ser catedrática de Proyectos: la viga maestra de la arquitectura. No era por ella; no era solo una cuestión de ambición; era por todas. Mientras investigaba y proyectaba con la vista puesta en la sostenibilidad y la eficiencia energética; en ciudades más habitables, limpias y racionales, en el reciclaje de la arqueología industrial y el intercambio de información con otras disciplinas, subía los mil peldaños que conducen al olimpo de la cátedra. Otra muesca en su revólver. Ahora, cada vez más adicta al mar, olfateando Malasia y Abu Dabi, echando una mano en Senegal con la fundación Xaley para alfabetizar niños y sin parar de quemar kilómetros sobre el picón de Lanzarote, su gran apuesta es volver a la esencia de la arquitectura: a la vivienda unifamiliar. Ideada para ser feliz; sin estilo previo ni ideas preconcebidas. Hasta donde el cliente quiera llegar. Aunque esto en realidad solo sea una bella frase. La que manda siempre es ella.