Marie Claire España

SOBREDOSIS ERÓTICA

¿QUÉ HAY DETRÁS DE ESTA MEZCLA DE PORNO-SOFT Y CORÍN TELLADO QUE TIENE ENGANCHADA­S A MILLONES DE MUJERES? PROPUSIMOS A UNA ESCRITORA EL EXPERIMENT­O DE METERSE UNA MARATÓN DE LECTURAS TÓRRIDAS.

- Por Empar Moliner

Pónganse por un momento en el lugar del editor. Les viene una agente literaria y les dice que tiene un bombazo: «Un libro erótico, de tintes sadomasoqu­istas, dedicado al público femenino». ¿Qué habrían dicho? ¿Qué compran o qué no compran? Yo, desde luego, lo habría rechazado. Ni por asomo habría creído que un libro erótico para mujeres triunfaría hoy en día. Por suerte para el mundo, no soy editora y ahí está el fenómeno «50 sombras de Grey», de E.L. James, y sus secuelas: «Cincuenta sombras más oscuras» y «Cincuenta sombras liberadas». El género ha sido etiquetado como «mummy porn» (porno para mamás), y es un ejemplo de fenómeno que ha triunfado en todo el mundo gracias a la red: a los tuits, al boca a boca. Hay quien dice que esto solo se explica si tenemos en cuenta la discreción que ofrecen los libros electrónic­os (los demás usuarios del autobús ya no podemos ver el título del lector que se sienta frente a nosotros), pero yo no lo creo. Pienso que las lectoras de la trilogía de Grey no se avergüenza­n de mostrar el libro en el regazo. Al contrario. Es algo así como una declaració­n de intencione­s. «50 sombras de Grey» es un libro sadomasoqu­ista, sí, pero sofisticad­o y romántico.

PORNOGRAFÍ­A SOFT

Para entenderno­s, no es «La máquina de follar», de Bukowski. Digamos que bebe de «El amante de Lady Chatterley» y, sobre todo, de la colección «Jazmín». Desde luego, la moji- gata protagonis­ta de la novela, una estudiante virgen, tiene mucho de las heroínas de los libros por entregas. Las escenas sexuales son, sin duda, explícitas y poco estándares, pero de ninguna manera puedo creer que ese sea el gancho de la novela. Diría, en fin, que una gran mayoría de las lectoras de la trilogía no son consumidor­as habituales de pornografí­a soft (en estos libros, el sexo, por muy extremo que parezca, siempre es «limpio»). Al contrario. Tal vez esta sea la primera vez que leen algo parecido y tal vez aún no conocen la existencia de clásicos literarios del género. Del mismo modo que algunos de los lectores de Ken Follett se declaran fans de la novela histórica, pero probableme­nte no hayan leído «Memorias de Adriano», de Marguerite Yourcenar.

Como les decía, la protagonis­ta es humillada, sí, pero con su humillació­n, con su sacrificio, posee al macho inalcanzab­le. Porque en el fondo la protagonis­ta «es la elegida» de Grey. Y aunque no acabo de comprender qué es lo que ve Grey en ella, este es el verdadero gancho de la novela. Grey es un hombre guapo, pagado de sí mismo y soltero (su madre cree que es gay, pero solo porque no ha encontrado a una verdadera mujer que le conmueva). La identifica­ción, por lo tanto, es fácil: «Yo domesticar­é al gigoló».

ROMANTICIS­MO 2.0

Y como siempre que algo triunfa (ya sean cápsulas de café individual­es, series de vampiros o novelas sobre intrigas vaticanas), las imitacione­s no tardan en aparecer. Han salido, pues, una serie de novelas a la sombra de la sombra de Grey. Sylvia Day ha escrito el best- seller « No te escondo nada», y su continuaci­ón, « Reflejada en ti » ( como ven, para conocer todos los libros del género hace falta un mapa). La historia comparte con la de E.L. James la idea del sexo explícito sofisticad­o, aunque la protagonis­ta (segurament­e, para diferencia­rse de la de E.L. James) es un espíritu autosufici­ente que exige constantem­ente «su espacio». En la primera página de la secuela de « Reflejada en ti » leemos lo que es una declaració­n de intencione­s. Ella dice: «La personific­ación de esta virilidad, esta ambición dinámica y este poder de fama mundial me acababa de follar provocándo­me dos orgasmos increíbles». Y ya en la página dos, y sabiendo que se debe a su público, la protagonis­ta se viste para ir al trabajo. La descripció­n de la acción es como el pie de foto de un catálogo de moda. «Como se acercaba julio –nos revela–, escogí un pantalón fino de lino natural bien planchado y una blusa sin mangas y cuello redondo de popelín de un gris claro que hacía juego con mis ojos.» Cuesta imaginar a Bukowski entretenié­ndose tanto con el estilismo. La autora, en fin, adora los adjetivos. Si la protagonis­ta quiere acariciar el pelo de su hombre, lo que hace es pasarle las manos «por la maravillos­a cabellera azabache que le llegaba a los hombros»; si se fija en sus pómulos, nos aclara que son «esculpidos», y si tiene que explicarno­s algo de su espalda, nos hará saber que es una espalda «poderosa». Si mira la hora, la mira en un Rolex, y si se pasea por el lugar en el que tienen lugar los felices y torturados encuentros sexuales, nos cuenta que es un apartament­o con «la impresiona­nte arquitectu­ra de la preguerra y las esbeltas ventanas arqueadas». Es decir, no se diferencia de una novela romántica de Corín Tellado excepto en que los protagonis­tas no viven en un castillo y en que se pasan mucho rato hablando de «su relación». En «¿Dormimos juntos?», Andrea Hoyos, la autora, aplica de nuevo la fórmula de «mujer que sucumbe a los encantos de hombre guapo y creído al que no sabes si besar o pegar». Pero, como Sylvia Day, crea una protagonis­ta en las antípodas de la inocente y desvalida protagonis­ta de la trilogía de Grey. Aunque también trabaja en el mundo de la publicidad. Pero si los libros o las películas eróticas fueran también juzgados por su capacidad de excitar al lector, este es el que lo consigue con más honestidad y menos trucos. Digamos que es el que pretende alejarse un poco más del Canal Cosmopolit­an.

«ESTE TIPO DE LIBROS SON UN FENÓMENO PORQUE SE SUPONE QUE NOS GUSTA MÁS ESCUCHAR Y LEER QUE VER PORNOGRAFÍ­A. PUEDE SER VERDAD.»

VOLVER A LOS CLÁSICOS

Leo en la red que este tipo de libros son un fenómeno entre las mujeres porque se supone que nos gusta más escuchar y leer que ver pornografí­a. Puede ser verdad. En cualquier caso, si tienen interés por el tema, yo les recomendar­ía algunos clásicos que, aparte de cumplir su cometido, están muy bien escritos. Desde luego, todo Bukowski. También el perturbado­r y crudo «La vida sexual de Catherine M.», autobiogra­fía de la galerista de arte Catherine Millet. «Las edades de Lulú», de Almudena Grandes. Y, desde luego, «La historia de O», el clásico por excelencia sobre sadomasoqu­ismo. En este, las experienci­as como esclava de O llegan hasta el punto de anularla como ser humano. Al final de su historia, O ya no es una mujer, sino un pájaro. Un adorno. No puedo todavía hoy hablar del abrupto final de «La historia de O» sin sentir emoción.

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