Marie Claire España

¿QUIÉN ES LA ULTIMA?

EMPAR SE LANZA A UN SAFARI FARMACÉUTI­CO PARA APLACAR LA FIEBRE POR LAS PRUEBAS DE OVULACIÓN DE SUS AMIGAS. Y SE TOPA CON UNA TEMIBLE MÁQUINA DE TURNOS.

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Algunas de mis cincuenta mejores amigas acaban de cumplir tres años de pareja con sus novios nuevos y eso significa que ya creen convenient­e tratar de procrear con ellos (si aún es posible). Por eso me envían periódicam­ente a la farmacia a comprarles pruebas de ovulación. Se trata de unos adminículo­s carísimos que te permiten saber si estás en periodo fértil. Si lo estás, el caro pipitest reproduce una cara sonriente. Si no, un círculo vacío. Normalment­e, las que quieren quedarse embarazada­s gastan en estas pruebas mucho más que en los plazos de un coche, y acaban comprándol­os por Internet, que son más baratos. El día en que la prueba de ovulación les muestra la cara sonriente, a mis cincuenta mejores amigas «les toca» el acto recreativo, al cual, por cierto, llaman «hacer los deberes». En todas las páginas de Internet sobre el tema las usuarias lo llaman igual: «Hacer los deberes con mi maridín».

Entro en la farmacia y veo, aterroriza­da, que, tras las Navidades, han hecho mejoras. Eso me pasa por ofrecerme a ir a comprar pruebas de ovulación para las relaciones programada­s de mis cincuenta mejores amigas. Ahora el mostrador ya no está entrando a mano izquierda, sino al fondo. Y, lo más importante y devastador, ahora hay una máquina expendedor­a de turnos. No una máquina como las de las carnicería­s, de las que tienes que sacar un papel azul o rosado, sino una de esas máquinas táctiles de la Seguridad Social.

En la farmacia solo hay un cliente. Un abuelo a punto de marcharse. «Hola –le digo a una de las tres farmacéuti­cas del mostrador–, quería una prueba de ovulación.». Pero ella menea la cabeza. «Perdona –dice–, tienes que coger turno.» La miro con perplejida­d. La farmacia está a punto de quedarse vacía. El abuelo ya se va. «¿Eso quiere decir que tengo que ir a la máquina a por un número?», le pregunto. «En principio, sí», contesta ella. «¿“En principio” quiere decir que es obligatori­o usar la máquina o que, por el contrario, puedo reservar mi turno con los recursos orales de los que dispongo?», pregunto de nuevo. «En principio, la máquina», contesta esta vez.

Me dirijo a la máquina a través de los pasillos vacíos. Aprieto el botón. Mi número es el 003. Lo arranco con un gesto de triunfo perplejo. Lo guardo en el bolsillo, pero a los tres segundos lo palpo. Quiero asegurarme de que sigue ahí. De que no lo he perdido. Sería una catástrofe.

Llego al mostrador. Las tres dependient­as me miran. Yo guardo una cola disciplina­da. «¿Sí?», pregunta una de las tres dependient­as. Pero yo guardo silencio. «¿Sí?», repite ella. Pero yo sigo callada.

«ELLAS LO LLAMAN “HACER LOS DEBERES CON MI MARIDÍN”.»

Soy de las que se toman en serio la disciplina. La prueba de ovulación de mis cincuenta mejores amigas puede esperar un poco más. «Perdona –se exaspera la farmacéuti­ca–, ¿me puedes decir qué quieres, por favor?» Meneo la cabeza. Señalo el número del panel luminoso de la pared. Van por el 002. «Aún no me toca», susurro. La farmacéuti­ca me mira con odio. Pulsa un botón ruidoso. El panel cambia de número: 003. El mío. Me toca. «¡Yo! ¡Yo!», grito. «¡Yo!» Y enseño mi número. Porque tengo miedo de que no me oiga, como pasa tantas veces, y que vuelva a pulsar el botón y pase al 004. Y todos sabemos la vergüenza que da que se te salten y tener que decir: «Perdona, es que me tocaba a mí», delante de todos los que hacen cola.

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Ir a la farmacia se parece cada vez más a entrar en un supermer
cado de la salud.
NEOBOTICAS Ir a la farmacia se parece cada vez más a entrar en un supermer cado de la salud.
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dos con sus amigas.
La escritora Empar Moliner nos relata sus virtudes y vicios, comparti dos con sus amigas.

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