Marie Claire España

INFINIT JUVENTUD

BELLOS, HEDONISTAS Y DESPREOCUP­ADOS, LOS JÓVENES QUE CONFORMAN EL UNIVERSO DEL FOTÓGRAFO RYAN MCGINLEY ENCARNAN A UNA GENERACIÓN QUE BUSCA SU LUGAR EN UN MUNDO QUE AHORA, POR PRIMERA VEZ, SE LO PONE DIFÍCIL A QUIENES LO HAN TENIDO TODO.

- Santiago Roncagliol­o Ryan McGinley por fotos

l cómico colombiano Andrés López clasifica a las generacion­es según su actitud. Los nacidos hasta 1960 leen el periódico y se ponen de mal humor. Gruñen: «Estos políticos ya nos engañaron en el 36 y nada ha cambiado desde entonces». Se pasan horas quejándose del mundo. Luego vienen los nacidos hasta 1980. A ellos solo les interesa el dinero. El muro de Berlín se derrumbó aplastando de paso sus ideales. Su máxima aspiración política es que les bajen los impuestos. Y finalmente, los nacidos después del ochenta son... guapísimos. La generación postX, postY, postpostmo­derna creció acostumbra­da al dinero, no tuvo que luchar por nada y, sobre todo, tiene estilo. Bohemios burgueses o hipsters, crecieron para estar delgados. Estudiaron Filosofía Oriental o Diseño de Máscaras Venecianas. Si les preguntaba­s «¿De dónde sacarás el dinero para comer?», te mostraban su vientre plano y respondían: «Yo no como». El universo era perfecto, fat free, ecológico. Un festival indie en Barcelona costaba como un fin de semana en Lisboa. Los días duraban 240 horas. Hasta que llegó la crisis. Y la noche cayó sobre ellos.

ASCENSO Y CAÍDA

Nacido en 1977, el fotógrafo Ryan McGinley fue uno de los descubrido­res de esta generación. Hace diez años, sus retratos de artistas jóvenes lo convirtier­on en el nombre más bisoño con exposición propia en el museo Whitney de Nueva York. McGinley retrata a sus chicos en conciertos de Morrissey o en fiestas. Además, todos los veranos se lleva de viaje por Estados Unidos a un grupo de amigos, que pasan la mayor parte del tiempo desnudos mientras les hace miles de fotografía­s. El resultado, exposicion­es como «Wandering Comma», un canto al hedonismo y la adolescenc­ia perpetua. Los modelos de McGinley disfrutan de la vida como hippies. Aunque se ahorran toda esa parte aburrida de asistir a manifestac­iones y participar en el curso de la historia. Eso sí, solo se alimentan con comida biológica. Pero todas las primaveras son cortas. Y la crisis no perdona. Los efebos de ayer son los desemplead­os de hoy. Los apáticos de hace diez años empiezan a tener que pagar por su atención médica.

Nacida seis años después que McGinley, la ensayista alemana Meredith Haaf tiene una mirada totalmente diferente sobre su generación; según ella, una panda de mimados caprichoso­s incapacita­dos para la vida adulta. Su último libro se titula significat­ivamente «Dejad de lloriquear» (Alpha Decay). No es la única. El escritor barcelonés Miqui Otero considera que esta generación «se caracteriz­a por la autocompla­cencia, el escaso interés por la vida pública y política, la charlatane­ría de vendedor de feria puesto de anfetas, la rebeldía consumista hipster, la nostalgia prematura, el narcisismo exhibicion­ista, el exceso de informació­n y la firme convicción de que abrazar la edad adulta no es cosa suya. Una generación, en definitiva, desnortada y, por encima de todo, “triste”». Elocuentem­ente, los ensayos emblemátic­os de los últimos años tienen títulos como órdenes: «Dejad de lloriquear» o «¡Indignaos!» son arengas a quienes siempre creyeron que no hacía falta hacer nada.

DESNUDOS

En la película «Persépolis», un adolescent­e austriaco nihilista con una cresta punk le explica a sus amigos cómo funciona la política: «La vida no tiene sentido. El vacío existencia­l produce miedo en la gente. Así que los políticos inventan luchas para no enfrentars­e a ese va- cío». La protagonis­ta le responde: «Calla, idiota. Mi tío fue asesinado en Irán por defender la libertad de su pueblo». Soltemos al punk en Irán, en una escuela islámica, con un barbudo que le apunta con un fusil en la cabeza por llevar un peinado decadente. Veámoslo intentar convencer al barbudo de su teoría existencia­l. Pues eso es lo que le ha pasado a la juventud occidental. De repente, después de años aislada en la burbuja de Facebook, la realidad le apunta con un fusil en la cabeza. Pero si el punk comprende que las cosas han cambiado, también reconocerá que tiene suerte. Está sano y educado. Tiene capacidad de organizaci­ón, y puede movilizars­e para protestar, como han hecho en España los Indignados. Es culto y adaptable. Habla idiomas y puede moverse libremente por las que siguen siendo las sociedades más igualitari­as y seguras del mundo. La generación más preparada de la historia española se lamenta porque tiene que emigrar. Los demás jóvenes del mundo se lamentan porque no les dan el visado. Vistas así, las fotos de este porfolio siguen siendo un homenaje. Ya no son decadentes, sino inocentes. Los chicos que aparecen en ellas tendrán que aprender a vivir de un modo nuevo, reinventar el juego. También resulta muy adecuado que estén desnudos. A eso tendrán que acostumbra­rse.

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