A plena luz
He hecho un pequeño estudio sociológico con respecto a twitter sin ningún tipo de rigor ni objetividad ni nada. La chispa se sitúa en un avión de vuelta a Barcelona, mi hogar, cuya compañía no voy a mentar y cuya ciudad de origen, tampoco. Sentada en mi asiento de ventanilla oía, como quien oye llover, las instrucciones de qué hacer en caso de catástrofes. Comprenderéis que me lo sé bastante de memoria y que en un momento dado, en caso de mareo de una azafata, podría saltar yo a hacer la demostración. Repasaba pues un periódico, preparaba mi libro de lectura, me tapaba con mi abrigo y mandaba mis últimos mensajes de móvil antes de cerrar puertas cuando una interferencia inusual rompió mi rutina. Desde cabina, y emulando el chiste en el que el comandante le comenta a su segundo lo mucho que disfrutaría de un café y una felación, a micro abierto y ante la cara de espanto de todo el pasaje, nuestro comandante, o su segundo, dice claramente: «Que le den por culo al catalán», en el momento de empezar a emitir la locución en dicha lengua. Ay, amigo conductor, no está el patio para algunos «desafortunados malentendidos», tal como se disculpó el díscolo piloto ya llegando a destino. Pero en ese trance antes de despegar, yo, que llevo seis meses en twitter, que he conseguido interesar a 13.000 humanos twiteantes y que, como mucho, me retwitean 30 cuando estoy sembrada, decido publicar el acontecimiento –sin dar nombres ni compañías, como aquí–. Lo último que veo antes de fundir a negro es que Quim Monzó, pope del pensamiento contemporáneo catalán, me retwitea. «Qué raro –pienso–, Monzó nunca me retwitea...» Aterrizamos como pudimos y, oh sorpresa, mi discreta cuenta había comenzado una escalada brutal que a día de hoy, una semana más tarde, ha provocado 1.700 retwits y un aumento del 20% de mis seguidores. Como dato relevante, el mismo día, a la misma hora, Bar Refaeli twiteaba una foto de su propio culo. Impresionante. Y a esta bella mujer a la que siguen 380.000 personas le retwitearon el pompis 800 veces. Conclusión: la estoy pensando... El chiste acaba en que la azafata va corriendo a cabina y un pasajero le grita desde su asiento: señorita, ¡se deja el café!