LAS AYMARAS FORMAN PARTE DE UNA CLASE SOCIAL EN ASCENSO
Jeaneth, Mineyva y Liceth siempre llegan con al menos media hora de retraso al curso que Doña Rosario Aguilar imparte todos los sábados por la tarde en el Hotel Torino, en el centro de La Paz. No saludan, se ríen, chismean y se encierran otro buen rato en el cuarto de baño para arreglarse: el chal de alpaca, el precioso broche para mantenerlo cerrado, las trenzas largas hasta la cintura y el sombrero inclinado en perfecto equilibrio. Solo entonces están listas para ir a la clase donde el profesor Ramírez, a veces con paciencia y otras irritado, pero siempre sin esperarse grandes resultados, les muestra cómo desfilar orgullosas en las pasarelas guiñando un ojo a las cámaras, hacer piruetas en las puntas de sus bailarinas y coquetear con el público mostrando el auténtico tesoro que llevan encima, ya que un traje de chola completo con falda, camisa, blusa y joyas puede superar fácilmente los mil dólares. Las chicas lo saben y lo cuentan felices, actuando como típicas adolescentes ricas y mimadas y confesando sus deseos de ser modelos y trabajar en la televisión. Pero lo que no dicen, ni ellas ni la mayoría de sus compañe-
ras, es que ese vestido no lo llevan simplemente porque es parte de su cultura y tradiciones, sino porque hoy, en Bolivia, ser aymara y una chola paceña, significa formar parte de una clase media en ascenso, potente y ambiciosa, que tras años de marginación y rechazo social, ha llegado a gobernar el país después de que en 2006 Evo Morales ganara las elecciones presidenciales.
EL EVENTO DEL AÑO
También Claudia Villegas, 25 años, estudió modelaje para cholitas y gracias a su determinación hoy es la cara de una conocida marca de zapatos. "Empecé a vestirme de chola en 2012 porque me hace sentir más bella y elegante". El padre de Claudia es ingeniero y su familia no pertenece a la población aymara, pero a instancias de su hija empezaron a tomar parte de El Gran Poder, el evento religioso más importante de La Paz, que se celebra cada año entre finales de mayo y principios de junio y cuyo principal objetivo es mostrarse abiertamente a la sociedad paceña. Cuenta con la participación de 65 grupos folclóricos, 26.456 bailarines y
5,480 músicos. “Haí familias que se endué-dan con el fin de participar", admite preocupada Elizabeth, la madre, que tiene otra hija, Michelle, amante también de las danzas folclóricas. "Para cada desfile se requiere un vestido diferente –explican las chicas– y se puede llegar a gastar hasta 3.000 dólares". Y entre sastres, bandas y cerveza, protagonista inagotable, tras un estudio realizado durante 2011 y 2012 se determinó que la festividad de El Gran Poder genera un movimiento económico superior a los 53 millones de dólares. Números que dejan sin palabras pero que van de la mano con las enormes fortunas que los aymaras invierten para elevar sus principescos palacios en El Alto, la ciudad gemela de La Paz, edificada alrededor de su aeropuerto hace apenas tres décadas, y lugar de asentamiento de los indios procedentes, sobre todo, de las zonas rurales. El Alto, al menos en apariencia, es una extensión incontenible de edificios de ladrillos bajos y desaliñados, desmembrada por un río violento de coches y camiones. Sin em--