Marie Claire España

E L CIELO E STÁ A PUNTO DE ABRIRSE DURANTE SU

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tempranero paseo matutino, pero Mila Kunis no parece preocupada por la tormenta que se acerca. No le da importanci­a alguna a que se le estropee el pelo, se le corra la máscara de pestañas o los vaqueros se empapen y le hagan ganar volumen en las caderas. Más aun, Mila tiene poca paciencia con las flores delicadas que sufren por mojarse. Al fin y al cabo, "se trata solo de lluvia". Huyendo de la persecució­n religiosa, su familia emigró de Ucrania cuando Kunis tenía 7 años, con solo 250 dólares en los bolsillos. Por esto y por una disposició­n natural resiliente, ajena a las tonterías, Mila entiende que la vida está llena de desafíos y tristezas y una lluvia repentina durante un paseo no es ni una cosa ni otra.

"Es lo que hay", afirma en su estilo franco, dirigiéndo­se directamen­te hacia las nubes negras, el pelo recogido en una coleta floja y con un mínimo toque de corrector en la barbilla. Kunis, a sus 34 años, habla libremente y en voz alta mientras pasea por Atlanta BeltLine, un sendero urbano que serpentea la ciudad a la que ahora llama hogar, mientras rueda El gran desmadre, la secuela de la cruda y entrañable comedia de 2016 Malas madres, una película que, como la comedia Paso de ti y la próxima The Spy Who Dumped Me, con Kate McKinnon, muestran las habilidade­s de Kunis y su fácil accesibili­dad. Cuando las primeras gotas de lluvia empiezan a caer, Mila abre un pequeño paraguas, saltando rápidament­e a contarnos una historia so- bre su casa de alquiler y cómo el día anterior una tormenta eléctrica derribó un árbol en su jardín. "Tendría que haber caído sobre tres casas. El hecho de que no lo hiciera fue algo increíble". La actriz parece conmociona­da por la casi fatalidad. "Aunque en cualquier momento nos podría caer un rayo encima. Así que ¿por qué preocupars­e? Hay algo muy poderoso en pensar 'sea lo que sea que tiene que suceder, va a pasar'. Durante los últimos cuatro o cinco años, me he dado cuenta de cuánto me gusta esa sensación".

Esta evolución de autoprocla­mada "huracán" a maestra zen ha sido un trabajo constante y consciente para Kunis, al que ha contribuid­o mucho su marido, Ashton Kutcher, padre de sus dos hijos, una niña de 3 años, Wyatt, y el bebé Dimitri. "He trabajado muchísimo en eso. Cuando Ashton y yo empezamos a salir, él estaba jodidament­e centrado. Podrías gritarle ''¡ tu madre es una puta!' y él respondía '¿por qué crees que has dicho eso? Hablémoslo'". Kunis arquea las cejas con fuerza, incrédula. "Analizo demasiado. Soy superdramá­tica. Algo no tan malo, en mi mente, se convierte en una puta catástrofe. Voy de cero a cien. Es un problema".

Y, como muestra, se pone a enumerar una lista de cómo su cerebro funciona como si fuera un pinball, de preocupaci­ón en preocupaci­ón, desde encontrar un pediatra en Budapest, Hungría, donde filmará Spy ("algo así como si Misión Imposible y Jason Bourne tuvieran un bebé y ese bebé fuera una mujer guerrera"), a pedir cita con un cirujano canino en Atlanta o el poco papel higiénico que tiene en casa y por qué Ashton no compró más en la tienda… "Por-

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