EN BUSCA DE INSPIRACIÓN
Cada inicio de año, resulta inevitable marcarse nuevos –e idealmente, buenos– propósitos con los que afrontar los próximos doce meses. Ni que decir tiene que la gran mayoría de las veces, el propósito se queda en mero intento y no llega a cristalizar en nada. Pero eso es irrelevante. Lo que cuenta es la intención y el divertimento asociado a la hipotética construcción de una versión mejorada de ti misma. Una nueva tú que abandona el alcohol, el tabaco y – pongamos por caso– el gluten y la lactosa; abraza el ejercicio diario y la vida sana; aprende un nuevo idioma; realiza trabajo solidario; se apunta a clases de salsa; se hace adicta al método Marie Kondo o cualquiera de sus múltiples derivados y haciendo tabla rasa, vacía su vida de ropa, muebles, gadgets, recuerdos y fruslerías superfluas; aparca el coche para ecológicamente utilizar el transporte público... El problema surge cuando, como en esta ocasión resulta ser el caso, no consigues encontrar un propósito lo suficientemente sexy como para dedicarle el tiempo y la ensoñación necesaria para perseguir.
Es entonces el momento de mirar alrededor en busca de inspiración. Alrededor, hacia delante, hacia atrás o boca abajo. Un proceso vital realmente entretenido y altamente recomendable que te lleva a imaginar un millón de posibles vidas. Sorprendentemente y quizá guiada por los muchos y sabios consejos que encierra este número que estamos a escasos minutos de cerrar (es ahora cuando entono el mea culpa de mis entregas tardías, pero una crisis vital no es un tema baladí), mis elegidos como life coaches para este 2018 son Virgilio y Horacio; los más grandes poetas clásicos en lengua latina, que a lo largo de sus obras, fueron tejiendo una filosofía de vida de la que ya se hicieron eco los hombres del Renacimiento y que hoy solo quiero emular. Una filosofía que pasa por cuatro aspiraciones, tan actuales que parece mentira que se escribieran un siglo antes de Cristo: el beatus ille (dichoso aquél que se aleja de la ciudad y sus ataduras para vivir refugiado en la tranquilidad y austeridad del campo), el carpe diem (aprovechando el momento, sin confiar en el mañana), el locus amoenus (en su sentido de disponer de un lugar idealizado de seguridad o de tranquilidad al que volver cuando la cosa se pone fea) y el tempus fugit (el tiempo huye, se escapa, vuela y debemos ser conscientes de ello). No sé en que cristalizará tanta sabiduría junta pero estoy deseando comprobarlo.