UNA VUELTA DE TUERCA.
LUCA GUADAGNINO SE ALEJA DE LOS ESCENARIOS IDÍLICOS Y LAS CUITAS AMOROSAS PARA SUMERGIRNOS EN EL TERROR SÁDICO DE 'SUSPIRIA', SU ÚLTIMA PELÍCULA.
Luca Guadagnino cambia de paradigma.
Es una pena que Luca Guadagnino decida en el último momento no ponerse al teléfono con Marie Claire. Se comprende que el director italiano esté hasta el gorro de explicar que con Suspiria no ha querido hacer un remake del clásico de terror de Dario Argento, sino su propia "versión" de la historia. Pero nos habría encantado preguntarle cómo uno de los cineastas estetas por antonomasia, el hombre que ha hecho del retrato de la belleza –mal que le pese–, del amor y de los placeres de la vida un leit motiv en sus películas, ha decidido dar un giro radical a su filmografía con una cinta en la que la oscuridad y el horror son protagonistas. Uno de los rasgos fundamentales del cine de Guadagnino es cómo ha conseguido hacer del espacio un actor más en sus películas. Sus paisajes y sus casas son los principales catalizadores de las emociones de sus personajes. Lo fueron el frío palazzo milanés y el idílico bosque de Io Sono l’Amore, la sensual piscina al sol de la isla Pantelaria de Cegados por el sol o la casa solariega y los paisajes del norte de Italia don-
de Elio y Oliver viven su romance en Call Me By Your Name. Y lo es también la siniestra escuela de danza del Berlín de los 70 donde se desarrolla Suspiria. A esa escuela llega Susie (Dakota Johnson), una joven americana que arrastra una complicada relación con su madre, para estudiar con Madame Blanc, la prestigiosa profesora a la que da vida Tilda Swinton. Una serie de misteriosas desapariciones nos descubre que ese espacio sombrío esconde secretos terribles. Swinton acompaña a Guadagnino desde el principio de las carreras de ambos. En Suspiria, su personaje se convierte en una especie de nueva madre para Johnson, y así Guadagnino aborda el tema esencial del film, ese tan actual de cómo la maternidad puede tener también una cara terrorífica. Muchos se sorprenderán con el sadismo que el director muestra en algunas escenas: un tipo que ha sabido contar tan bien en qué consiste el placer es capaz de lidiar con la misma destreza con un dolor y una violencia que harán a más de uno apartar la vista de la pantalla. Además, el director se sumerge en un universo 100% femenino, hasta el punto de que el único personaje masculino reseñable de la película, el viejo profesor que quiere desvelar el misterio que encierra la escuela, está también interpretado por una Swinton sepultada en maquillaje y efectos especiales. La película tiene más capas: mientras el horror se apodera de la escuela, fuera de sus muros se deja oír la insurrección juvenil que hizo que la Alemania de mediados de los 70 se enfrentara a sus demonios del pasado. El de la memoria colectiva es otro de los temas que interesan al director. Porque más allá del Guadagnino esteta, ese que ha trabajado para Fendi, el consultor de marcas de lujo que dispara editoriales de moda para revistas de culto, está el Guadagnino que se reco- rre los archivos indagando en la historia de su país y de sus mayores creadores para luego dirigir documentales como Ombre dal fondo, sobre la ocupación italiana de Etiopía, o Bertolucci on Bertolucci, en torno al gran cineasta italiano. Guadagnino es forma y es fondo. Es la lente perfecta en el escenario ideal y es una inteligente indagación en los pesares y en los deseos humanos. No nos confundamos: ninguna de esas dos facetas se podría entender sin la otra.
EL DIRECTOR, QUE TAN BIEN HA CONTADO EL PLACER, LIDIA LA VIOLENCIA CON EL MISMO ACIERTO