SE BUSCAN PARAISOS OCULTOS
Suele ocurrir en casi todas las ciudades del mundo una vez abrazan "la modernidad". Casi como nos pasa a la mayoría de las mujeres cuando nos acercamos a una determinada edad. Las líneas se difuminan. La singularidad se diluye. Los límites se desbordan. Las ciudades, al igual que los contornos femeninos, se mimetizan, se despersonalizan, se vacían de espíritu y carácter y es entonces cuando donde había algo único y diferente solo encontramos lugares comunes y estandarización. Pasó en los años ochenta en las ciudades, con la llegada de los centros comerciales. Y pasa en la actualidad con el desembarco constante de Inditex, Starbucks y otros gigantes del retail en los lugares más recónditos del planeta. Por mantener la analogía, pasó en los ochenta entre las mujeres con la barra libre de mechas y permanentes y pasa en el S.XXI con el uso y abuso del bótox, el láser y el hialurónico. Que nadie me malinterprete. No seré yo quien quiera negar el progreso, la civilización y la estética al mundo. Pero no dejo de pensar que el sueño de la modernidad se nos termina por atragantar hasta convertirnos en prisioneros de un mismo escenario inmutable, mientras nos empeñamos en recorrer el mundo y el cuerpo femenino en una búsqueda casi imposible de singularidad y diferenciación. La epidemia estandarizante aplica a cualquier disciplina. El comercio, la música, la arquitectura, la moda, la belleza, la restauración, la hospitalidad... La última bajo mi estudio es la de los chiringuitos de playa (que para algo estamos en agosto), a punto de perder hasta su nombre en pos del anglicismo (¡otro más!) beach club. Disfruto recorriendo playas y lugares de asueto estival como proyecto sociológico. Pero muchas veces pienso que me resultaría imposible reconocer, no ya la playa, sino el país y hasta el continente si cayera desde el cielo en cualquier beach club del mundo hoy. Maldigo la plaga de camas balinesas, jacuzzis y mojitos que infectan las playas. Casi tanto como los trikinis y los kaftanes con sombreros vaqueros. Venero el chauvinismo francés que se permite el lujo de prohibir a los chiringuitos que invadan la arena de las playas de Saint Tropez con sus parasoles y tumbonas. Casi como a las mujeres que bajan a la playa libres de estilismo. Reivindico las barracas, los chiringuitos de hojalata, las sillas de plástico y las sombrillas de publicidad (bueno, quizá ahí me he venido un poco demasiado arriba). Y anhelo como pocas veces antes descansar mi saturado espíritu en mi destino estival: libre de modernidades, ajeno a los estándares universales. Auténtico y virgen. Oculto al progreso.