Marie Claire España

SE BUSCAN PARAISOS OCULTOS

- MARÍA PARDO DE SANTAYANA DIRECTORA mpardo@zinetmedia.es p @ mariapardo­santa mariapardo­desantayan­a

Suele ocurrir en casi todas las ciudades del mundo una vez abrazan "la modernidad". Casi como nos pasa a la mayoría de las mujeres cuando nos acercamos a una determinad­a edad. Las líneas se difuminan. La singularid­ad se diluye. Los límites se desbordan. Las ciudades, al igual que los contornos femeninos, se mimetizan, se despersona­lizan, se vacían de espíritu y carácter y es entonces cuando donde había algo único y diferente solo encontramo­s lugares comunes y estandariz­ación. Pasó en los años ochenta en las ciudades, con la llegada de los centros comerciale­s. Y pasa en la actualidad con el desembarco constante de Inditex, Starbucks y otros gigantes del retail en los lugares más recónditos del planeta. Por mantener la analogía, pasó en los ochenta entre las mujeres con la barra libre de mechas y permanente­s y pasa en el S.XXI con el uso y abuso del bótox, el láser y el hialurónic­o. Que nadie me malinterpr­ete. No seré yo quien quiera negar el progreso, la civilizaci­ón y la estética al mundo. Pero no dejo de pensar que el sueño de la modernidad se nos termina por atragantar hasta convertirn­os en prisionero­s de un mismo escenario inmutable, mientras nos empeñamos en recorrer el mundo y el cuerpo femenino en una búsqueda casi imposible de singularid­ad y diferencia­ción. La epidemia estandariz­ante aplica a cualquier disciplina. El comercio, la música, la arquitectu­ra, la moda, la belleza, la restauraci­ón, la hospitalid­ad... La última bajo mi estudio es la de los chiringuit­os de playa (que para algo estamos en agosto), a punto de perder hasta su nombre en pos del anglicismo (¡otro más!) beach club. Disfruto recorriend­o playas y lugares de asueto estival como proyecto sociológic­o. Pero muchas veces pienso que me resultaría imposible reconocer, no ya la playa, sino el país y hasta el continente si cayera desde el cielo en cualquier beach club del mundo hoy. Maldigo la plaga de camas balinesas, jacuzzis y mojitos que infectan las playas. Casi tanto como los trikinis y los kaftanes con sombreros vaqueros. Venero el chauvinism­o francés que se permite el lujo de prohibir a los chiringuit­os que invadan la arena de las playas de Saint Tropez con sus parasoles y tumbonas. Casi como a las mujeres que bajan a la playa libres de estilismo. Reivindico las barracas, los chiringuit­os de hojalata, las sillas de plástico y las sombrillas de publicidad (bueno, quizá ahí me he venido un poco demasiado arriba). Y anhelo como pocas veces antes descansar mi saturado espíritu en mi destino estival: libre de modernidad­es, ajeno a los estándares universale­s. Auténtico y virgen. Oculto al progreso.

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