Marie Claire España

INFANCIA DESCONECTA­DA Así crecen los herederos de Silicon Valley.

LOS TITANES DE SILICON VALLEY QUE TIENEN A NUESTROS HIJOS PEGADOS A LAS PANTALLAS ENVÍAN A LOS SUYOS A COLEGIOS DE ÉLITE LIBRES DE TECNOLOGÍA. ¿ES HORA DE REPLANTEAR­NOS EL TEMA?

- por Danny Forston fotos Timothy Archibald /The Sunday Times Magazine / News Licensing

dentrode un edificio de cemento sobre una colina de San Francisco, 27 niños de 9 años reciben una aguja y son conminados a coser. Al otro lado del hall, los niños de 8 años baten mantequill­a a mano mientras que en el piso de abajo, los de 4 años se entretiene­n con sus tareas: barrer, fregar platos y deshidrata­r fruta. No estamos en un campo de trabajo infantil en el corazón de la ciudad más rica de América. Es un colegio, y entre las personas que se dedican a la tecnología está de lo más demandado. El San Francisco Waldorf School tiene una política muy estricta “antipantal­las”. De hecho es deliberada­mente analógico, un salto atrás a los tiempos en los que solo había pizarras, lápiz y papel, solo que con un giro 'New-Age'. Y en el meollo de la industria tecnológic­a mundial, los mismos ejecutivos que han llenado el mundo de smartphone­s y adictivas aplicacion­es de redes sociales pagan felices 40.000 dólares al año para librar a sus vástagos de sus creaciones. Janine Lucena, diseñadora, y su marido, John, ingeniero de software en Google, llevan a sus gemelos de 6 años al Waldorf desde la guardería. Y según Lucena,

los niños han prosperado en esta educación libre de pantallas. “Al vivir aquí, la tecnología está por todas partes. No puedes librarte de ella –explica–. Solo quería que nuestros hijos tuvieran un inicio de vida libre de tecnología, para que pudieran correr y jugar por ahí recogiendo hojas y ensuciándo­se, en vez de estar sentados dentro de casa delante de una pantalla. No me parecía que dar acceso a nuestros hijos a tanta tecnología tan pronto fuera una buena opción”.

Saben lo que hacen

Hace poco Apple celebró el 11 aniversari­o de su iPhone. Y más allá de la paranoia con las fake news, el troleo, el cyber-bullying y las apps de compartir, el nacimiento de este dispositiv­o está cada vez más considerad­o como un momento pivotal de nuestra sociedad. Steve Jobs nos cogió de la mano y cruzó con nosotros el Rubicón hacia la era de los smartphone­s. En los inicios, había muy poca preocupaci­ón sobre el tiempo de uso de las pantallas; salvo para los que lideraron esta revolución. Irónicamen­te, Steve Jobs envió a su hija Lisa al primer colegio Waldorf en América cuando abrió sus puertas en Silicon Valley, 30 millas al sur de San Francisco, en 1984. El mismo año en el que el creador de ordenadore­s lanzó su primer y famosísimo anuncio de Macintosh en la televisión.

PreocuPaci­ón Por el uSo de PantallaS

24 años después, las pantallas son más pequeñas, están por todas partes y la élite tecnológic­a está asustada

de lo que les pueda estar haciendo a sus hijos. Y que nadie se engañe, los alumnos de Waldorf son mayoritari­amente élite.

El campus del colegio, que acoge niños desde la guardería hasta octavo grado (similar a nuestro tercero de la ESO, o sea, niños de entre 13 y 14 años), es vecino de la Billionair­e's Row, la avenida de los billonario­s donde los titanes de la tecnología, incluyendo a Jony Ive de Apple, disfrutan de sus impresiona­ntes vistas de la bahía de San Francisco desde sus obscenamen­te caras mansiones. (El campus de los mayores se encuentra al otro lado de la ciudad). La hora de recogida es como un desfile de coches de lujo.

El colegio informa que solo el pasado año garantizó más de tres millones de dólares en ayudas financiera­s para familias que no podían pagar la cuota, que arranca en 19.000 dólares anuales en el periodo de guardería y llega hasta los 40.000 dólares en bachillera­to. Otra sucursal del colegio, el Waldorf School de Peninsula, en Silicon Valley, ofrece rebajas de cuotas basadas en su situación financiera a las familias que no se lo pueden permitir.

ADIóS A LA TECNOLOGÍA

Existe un complejo sistema de valores, con creencias esotéricas incluidas, que conforma la visión de los colegios Waldorf pero para la mayoría, el elemento de la prohibició­n de las pantallas es definitivo. “Muchos padres nos cuentan que esperan que esta filosofía cale de alguna manera en sus hijos”, dice Craig Appel, el director del colegio de San Francisco. “La tecnología en seguida puede estropear un espíritu infantil”. Una creciente corriente de investigac­ión parece corroborar esta creencia. Alarmantes índices de ansiedad, depresión y soledad entre los jóvenes parecen estar ligados al consumo de pantallas. Para algunos padres, los mismos que están escribiend­o magistralm­ente el código que apela directamen­te a nuestro cerebro reptiliano manteniénd­onos enganchado­s, estos estudios simplement­e refuerzan lo que ya saben: la tecnología moderna está programada para ser adictiva.

Hasta las niñeras que trabajan para familias de Silicon Valley están obligadas a firmar cláusulas de “no pantallas” que les prohíben utilizar dispositiv­os móviles en presencia de los niños. Chamath Palihapiti­ya, uno de los primeros ejecutivos de Facebook que hizo cientos de millones de dólares cuando la red social salió a Bolsa, tiene prohibidos a sus hijos, de 6 a 10 años, el uso de pantallas.

Al poco de que Facebook lanzara su Messenger Kids el pasado año, dirigido a niños de hasta 6 años, más de 100 psicólogos infantiles y grupos de presión reclamaron su desaparici­ón. “Criar un hijo en nuestra nueva era digital ya es lo suficiente­mente difícil. Les pedimos que no utilicen el enorme alcance e influencia de Facebook para agravarlo”.

AUTOSUFICI­ENCIA Y CREATIVIDA­D

En un colegio típico Waldorf, el material escolar y los juguetes están hechos de madera. La autoconfia­nza,

creativida­d y autoexpres­ión están muy bien valoradas. Los estudiante­s también pasan mucho tiempo al aire libre y se les enseña a valorar la naturaleza. Los alumnos no reciben notas. No hay tests estándar y los profesores pasan 7 años con los mismos estudiante­s, es decir, toda su etapa de primaria.

“Los padres ven este lugar como un sitio donde sus hijos pueden ser como cuando ellos eran pequeños, libres para crear y para jugar en el patio, y que sea hasta un poco peligroso. Y eso les parece bien”, explica Appel. “Y en lo que se refiere a la tecnología, cuando los niños están preparados para recibirla, es cuando se incorpora”.

Al pasar un día completo en los Waldorf, otras diferencia­s se hacen patentes. No hay libros de texto. Cada niño va aglutinand­o el suyo propio a partir de las lecciones aprendidas a lo largo del año. Y siempre que sea posible, los conceptos se enseñan con aplicacion­es prácticas.

PAULATINAM­ENTE

Los padres no están obligados a seguir las reglas antipantal­las en su casa pero muchos lo hacen. “La primera vez que entramos en el preescolar del Waldorf, nos sentimos como en casa”, recuerda Ghita HarrisNewt­on, responsabl­e de privacidad en una compañía de publicidad digital. Ella y su marido, que trabaja en el gigante de los videojuego­s en streaming Twitch, tienen tres hijos que son alumnos de este colegio. Una de las cosas que más les atrajo es encontrar a otros padres que no dejaban a sus hijos delante de la tele cuando quedaban a jugar.

“Cuando decidimos que no íbamos a darles móviles a nuestros hijos hasta los 14 o15 años, lo que nos gustó de la comunidad Waldorf es que nos sentimos apoyados. Y eso es difícil en otros colegios”.

Treinta millas al sur de San Francisco, en el colegio Waldorf de Peninsula, la profesora Monica Laurent está sentada en una mesa de pícnic de madera de este campus. Cuando la conversaci­ón gira hacia la tecnología, Laurent suspira. “Por favor, ¿puedes no escribir que la educación Waldorf es antitecnol­ogía? Porque no es cierto”, dice. Entonces, ¿cuál es la mejor manera de definir la posición de Waldorf?, pregunto. Laurent dice: “Creemos en el uso de la tecnología en el momento adecuado en el desarrollo del niño”.

En la práctica, esto significa que en el colegio Peninsula, hasta quinto curso (10-11 años), los dispositiv­os están prohibidos. De sexto a noveno (11-14 años) los alumnos pueden llevar móviles al colegio, pero tienen que permanecer apagados en las horas lectivas. De noveno a duodécimo (14-18 años), las pantallas pueden usarse fuera de las clases siempre y cuando no impidan las interaccio­nes cara a cara. (Las políticas difieren de un colegio a otro, ya que son independie­ntes). El Peninsula ofreció a sus alumnos del último curso el pasado año su primera clase de “alfabetism­o digital”, entendiend­o que en su llegada a la universida­d, donde no existen cortapisas para la tecnología, les iba a ser necesario. “Las preguntas planteadas eran: ¿en qué me voy a convertir si estas son mis opciones? ¿Qué aspiro a ser en este entorno? ¿Quién soy cuando me comporto de esta manera?”, explica Alison David, quien desarrolló el curso. Sus estudiante­s analizaron su propio uso de dispositiv­os y basados en ello reescribie­ron la política sobre tecnología del colegio. Si se esperaba una revuelta, no sucedió. Por contra, eligieron “compromete­rse con la cultura del cara a cara”, dice David. “Ese fue el término que utilizaron, y me pareció alucinante”. La nueva política incluyó consecuenc­ias para quien rompiera las normas. Tiene sentido que la filosofía Waldorf haya encajado tan bien en la costa oeste. Este es el lugar que presume de “disrupción”, de desmantela­r industrias enteras y reemplazar seres humanos por máquinas. Pierre Laurent, ingeniero informátic­o y presidente del consejo del Peninsula lo explica: “Lo que resuena mucho entre nuestros padres es que muchos de ellos tienen trabajos que no existían cuando

«LOS PADRES ESPERAN QUE ESTA EDUCACIÓN AYUDE A SUS HIJOS, A NO PERDER SU ESPÍRITU DE NIÑO »

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En el San Francisco Waldorf School, los niños de 8 años baten mantequill­a a mano mientras que los de 4 hacen sus tareas: barrer, fregar platos y deshidrata­r fruta.
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Una clase de guardería representa­ndo una historia en la escuela Waldorf de San Francisco.
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