CON EL ÚTERO
Dolly Parton se mete bien maquillada cada noche en la cama. Quiere estar lista por si hay un incendio y debe salir c corriendo. Casi se me saltaron las lágrimas. Av A veces duermo con las gafas puestas por si a medianoche mi mazacote de miopía no me deja ver a un ladrón entrando, linterna en ristre, por la puerta de mi cuarto.
Contaba también la cantante que durante su carrera no sintió que las cosas giraran alrededor de "ser una mujer o un hombre. Pensaba en términos de artista y de ambición. Nunca sentí que debiera acobardarme o hacer las cosas de manera diferente por ser una chica". Parton solo se sabía Parton.
Una se siente algo cuando se lo recuerdan. Se siente en contraposición. La consciencia de una misma la estimula el otro. La mirada de una adolescente, el comentario de un hombre mayor, entreverse en el escaparte de una tienda o en el cristal de un portal. Una se siente más española en la barra de un bar de un pueblo de Dublín que sentada en un banco del centro de Jaén. Ahí solo se es. Las circunstancias activan distintas partes de la identidad. Y las circunstancias se alteran. Si son, en exclusiva, ellas las arquitectas de comportamiento e ideas, solo se revela una falta de cimiento. Ser mujer no arrolla. No atropella. Se es y los estímulos añaden detrás sustantivo y sensación.
En La hija de la española, la novela de Karina Sainz Borgo, su personaje no alardea de mujeridad. Solo hace y es, con lo que aquello arrastra. La falta de reivindicación, eludir el 'pues yo como mujer', casi es la excepción. La entrevisté y le pregunté al respecto. "Claro", respondió. Ella no escribe "con el útero". De eso ya hay toda una generación. Una generación ginecológica. La Gineración.
Chica urbana vuelve a casa, la vida rural, mater-ni-dad. Con dos historias parecidas se cose, con poca suerte, un libro generacional. Desdeñan el canon, si es masculino, con la sorna del adolescente que cree saber más que sus padres. No se distingue si ser mujer compacta la escritura o moldea una excusa para escribir, una autojustificación. Que experiencias y Las 40 mujeres indispensables que te cambiarán la vida, de verdad que sí (¡ahora en cómic!) redondeen las librerías no lleva pegada la obligación de leerlos. La obligación solo es una: no trastabillar en la alucinación de una identidad que asfixia, pitón. En dosis comedidas, racionadas, ilustran y demuestran. Cumplen. Como los caramelos de la cabalgata de Reyes. A la una del mediodía alegra encontrárselos entre cajones y el fondo de los bolsos. Hasta que llega el calor.