Marie Claire España

CON EL ÚTERO

- CHARO LAGARES REDACTORA

Dolly Parton se mete bien maquillada cada noche en la cama. Quiere estar lista por si hay un incendio y debe salir c corriendo. Casi se me saltaron las lágrimas. Av A veces duermo con las gafas puestas por si a medianoche mi mazacote de miopía no me deja ver a un ladrón entrando, linterna en ristre, por la puerta de mi cuarto.

Contaba también la cantante que durante su carrera no sintió que las cosas giraran alrededor de "ser una mujer o un hombre. Pensaba en términos de artista y de ambición. Nunca sentí que debiera acobardarm­e o hacer las cosas de manera diferente por ser una chica". Parton solo se sabía Parton.

Una se siente algo cuando se lo recuerdan. Se siente en contraposi­ción. La conscienci­a de una misma la estimula el otro. La mirada de una adolescent­e, el comentario de un hombre mayor, entreverse en el escaparte de una tienda o en el cristal de un portal. Una se siente más española en la barra de un bar de un pueblo de Dublín que sentada en un banco del centro de Jaén. Ahí solo se es. Las circunstan­cias activan distintas partes de la identidad. Y las circunstan­cias se alteran. Si son, en exclusiva, ellas las arquitecta­s de comportami­ento e ideas, solo se revela una falta de cimiento. Ser mujer no arrolla. No atropella. Se es y los estímulos añaden detrás sustantivo y sensación.

En La hija de la española, la novela de Karina Sainz Borgo, su personaje no alardea de mujeridad. Solo hace y es, con lo que aquello arrastra. La falta de reivindica­ción, eludir el 'pues yo como mujer', casi es la excepción. La entrevisté y le pregunté al respecto. "Claro", respondió. Ella no escribe "con el útero". De eso ya hay toda una generación. Una generación ginecológi­ca. La Gineración.

Chica urbana vuelve a casa, la vida rural, mater-ni-dad. Con dos historias parecidas se cose, con poca suerte, un libro generacion­al. Desdeñan el canon, si es masculino, con la sorna del adolescent­e que cree saber más que sus padres. No se distingue si ser mujer compacta la escritura o moldea una excusa para escribir, una autojustif­icación. Que experienci­as y Las 40 mujeres indispensa­bles que te cambiarán la vida, de verdad que sí (¡ahora en cómic!) redondeen las librerías no lleva pegada la obligación de leerlos. La obligación solo es una: no trastabill­ar en la alucinació­n de una identidad que asfixia, pitón. En dosis comedidas, racionadas, ilustran y demuestran. Cumplen. Como los caramelos de la cabalgata de Reyes. A la una del mediodía alegra encontrárs­elos entre cajones y el fondo de los bolsos. Hasta que llega el calor.

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Los polvorones de La Perla y las películas de treintañer­as adictas al trabajo que no creen en la Navidad hasta que hacen de canguro del hijo de su joven y apuesto vecino viudo son su pilates mental.

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