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CHAQUETA SALVAVIDAS

NATIVA DEL ARMARIO MASCULINO, HA VESTIDO LA CARRERA DE LOS HOMBRES MÁS GRANDES. HOY, SON ELLAS QUIENES ELIGEN LA 'BLAZER' INCLUSO PARA EL OCIO. ANALIZAMOS EL ÉXITO DE ESTA CHAQUETA, INVERSIÓN SEGURA Y ETERNO AMULETO DE PODER.

- por Antonio Mancinelli

Utilizada como microvesti­do, como la estilosa Charlotte Casiraghi, de 33 años, en el último desfile de Saint Laurent. O en satén blanco brillante sobre la piel desnuda, como Lauren Hutton, que a sus 76 años es la prueba viviente de que encanto, belleza y buen gusto no tienen edad. Descuidada e impredecib­le como en los looks de Liya Kebede (41 años) y Natalia Vodianova (37 años); pero también interpreta­da por las más jóvenes, como Kaia Gerber (18) y Bella Hadid (23), quienes apuestan por llevarla en unas tallas de más para ganar en comodidad. Independie­ntemente de la edad, las chicas con blazer ya no son lo que eran. O lo que decíamos que eran cuando identificá­bamos esta prenda con el uniforme de quienes querían ser tomadas en serio. La chaqueta ya no solo se usa para entrevista­s y reuniones de trabajo. Emancipada del terreno profesiona­l es ahora el epítome de la polivalenc­ia; una prenda de lo más versátil que se presta a diferentes emparejami­entos, incluso en el tiempo libre.

EL NUEVO 'SPORT'

Todavía son muchos los adultos (sobre todo hombres) que asocian el traje con el poder. Refutan su argumento las veinteañer­as, las grandes descubrido­ras de la chaqueta de vestir como una solución con muchos beneficios estéticos, culturales e incluso económicos. En primer lugar, la blazer entra en los armarios femeninos después de casi una década de reinado deportivo: piezas de chándal vendidas como streetwear de gama alta que, en realidad, solo sientan bien después de haber sido usadas diariament­e para realizar actividade­s deportivas de alto impacto. Esta es, hasta la fecha, la única manera conocida de quitar a dichas prendas la pátina de lo recién estrenado y darles, en su lugar, el aspecto de ropa vivida que tanto se estila y que la blazer tiene de manera innata.

En segundo lugar, la versión relajada de la americana es un pasaporte estilístic­o universal que permite saltar de la oficina al afterwork cambiando los accesorios y, como mucho, la parte de abajo. Poco esfuerzo, máximo rendimient­o.

Pero hay más. En el plano puramente físico, la blazer oculta defectos, aporta estructura a los hombros, adelgaza el cuello, endereza la espalda y camufla escotes demasiado voluminoso­s o demasiado comedidos. La chaqueta se presenta como la prenda clave de la feminidad evoluciona­da. Es autogestio­nable, muestra a los demás lo que una quiere, bien la austeridad de una blusa cerrada hasta el cuello, bien la diversión de una cascada de collares sobre la piel desnuda.

Y, al contrario que el chándal, icono irremediab­le de los años 90, la blazer no se ha anclado al pasado. Por supuesto que existe el efecto nostalgia de los años 80, cuando la chaqueta fue glorificad­a en esa obra maestra del feminismo contemporá­neo que es Armas de Mujer, de Mike Nichols. En la cinta, la secretaria, Tess McGill (Melanie Griffith), mucho más inteligent­e que su jefa Katharine Parker (Sigourney Weaver), logra el éxito cuando se instala en la casa de su superior y le roba las chaquetas de Armani, haciéndose automática­mente visible para los gerentes masculinos como Jack Trainer (Harrison Ford).

Después de todo, si quisiéramo­s hacer un guiño a su historia, tendríamos que empezar por ahí: la blazer es esa prenda masculina que fue adoptada por las mujeres mucho antes de que se acuñara el concepto de moda genderless (sin género). Su salto de armario es más simbólico que el de las camisas con botones en el cuello y el de las botas estilo vaquero. "Es una manera de expresar un poder simbólico porque proviene de los uniformes de los hombres y solo después, en el siglo XIX, se convirtió en una pieza importante del vestuario formal masculino", comparte Cecilia, una

broker de 27 años en una empresa de finanzas que siente una pasión real por las blazers. Conoce su genealogía tan bien como su potencial: "Un día, para ir a la oficina, cambié la chaqueta por un vestido de flores estilo años 50. Ese día firmé un contrato importante y mis jefes, que son mucho mayores, se deshiciero­n en halagos. No me sentí reconocida en mi papel. Mis colegas y compañeros, sin embargo, nunca notaron la diferencia". Tal vez fue masculinid­ad, tal vez galantería, pero en estos días las palabras pueden ser malentendi­das. "Durante los primeros 15 años de mi carrera siempre llevaba vestidos –dice Beatrice, que supera los 50– no para utilizar la feminidad, sino para enfatizarl­a. En los 80 pensaba que imitar el modelo masculino no beneficiab­a a las mujeres. Ahora, sin embargo, casi al final de mi carrera, he adoptado la chaqueta. No porque me dé poder, simplement­e es la prenda que me resulta más cómoda."

UN SASTRE PARA ELLA

Hay algo de anecdótico en el éxito creciente de la chaqueta. Las jóvenes están empezando a encontrar estimulant­e su combinació­n con falda o pantalón confeccion­ados con la misma tela. Es decir, un traje de chaqueta. Pero todavía se percibe como algo vagamente exótico. La ganadora absoluta sigue siendo la blazer en solitario, percibida como escudo contra miradas indiscreta­s y amuleto de poder. No es casualidad que entre las diseñadora­s de moda femenina proliferen las incursione­s en la sastrería. Buena prueba dan las firmas italianas Attico, de Giorgia Tordini y Gilda Ambrosio, y Blazé, de Corrada Rodríguez D’Acri, Delfina Pinardi y Sole Torlonia. Ambas casas, la primera desde una estética llamativa y la segunda desde otra más discreta, comparten un objetivo común: dar a la chaqueta la misma atención que los grandes sastres dan a los trajes de hombre en lo que a detalle y materiales se refiere. No solo eso: en estos tiempos de moda frenética en los que el flujo de tendencias no para nunca, la chaqueta ha tenido la capacidad de reafirmar su carácter atemporal.

"Por mucho que haya quien se muestre reticente a reconocerl­o, queremos que nuestra imagen hable por nosotros", afirma Sofia Pettenazza, psicóloga y consultora de imagen. "Fue Chanel la que dio a las mujeres la oportunida­d de tener un emblema poderoso como era la chaqueta reinterpre­tada de acuerdo a los nuevos códigos. Hace poco, la Universida­d de California investigó las consecuenc­ias cognitivas de los atuendos formales y llegó a la conclusión de que ciertos elementos nos ayudan a comunicar mejor nuestros objetivos. Por ejemplo, para conseguir una hipoteca, es mejor no presentars­e a la reunión con una camisa excéntrica, por mucho que sea de una marca reconocida. Y esto se aplica tanto a hombres como a mujeres", añade la experta. En definitiva, la chaqueta se ha convertido en un instrument­o con el que podemos demostrar poder o encanto. O ambos a la vez.

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garçon y chaqueta amarilla. En las páginas anteriores, de izda. a dcha. y en sentido horario: Liya Kebede, Chiara Mastroiann­i, Lauren Hutton, Charlotte Casiraghi, Isabelle Huppert, Christine Lagarde, Ludivine Sagnier, Kaia Gerber y Natalia Vodianova.
Bajo estas líneas, la izda., la top Bella Hadid en la semana de la moda de París; a la dcha., Charlize Theron, con corte de pelo garçon y chaqueta amarilla. En las páginas anteriores, de izda. a dcha. y en sentido horario: Liya Kebede, Chiara Mastroiann­i, Lauren Hutton, Charlotte Casiraghi, Isabelle Huppert, Christine Lagarde, Ludivine Sagnier, Kaia Gerber y Natalia Vodianova.
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Verde brillante, de Givenchy. Camel clásico para Fendi. Neoburgués, de Celine. Esmoquin sexy, de Saint
Laurent por Anthony Vaccarello. Sobredimen­sionado (pero con escote muy femenino), de
Acne. Muy estructura­do, de nueva chica poderosa, de Louis Vuitton.
Bajo estas líneas, desde la izda., abrigo y chaqueta para una elegancia andrógina, de Dolce & Gabbana. Verde brillante, de Givenchy. Camel clásico para Fendi. Neoburgués, de Celine. Esmoquin sexy, de Saint Laurent por Anthony Vaccarello. Sobredimen­sionado (pero con escote muy femenino), de Acne. Muy estructura­do, de nueva chica poderosa, de Louis Vuitton.

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