Marie Claire España

SIKKIM, REINO ORGáNICO

- por Matteo Fagotto fotos Matilde Gattoni

Esta región de India capitanea la transición orgánica.

EL DISTRITO DE DZONGU, EN INDIA, AÚN DORMITA EN LA ESPESA NIEBLA DE LA MAÑANA. EL CANTO DE LAS AVES SEÑALA EL COMIENZO DE UN NUEVO DÍA. CONFORME LA HUMEDAD SE EVAPORA Y EXPONE EL CIELO AZUL, LAS COLINAS CUBIERTAS DE ÁRBOLES RESUENAN CON UN SINFÍN DE CASCADAS QUE NACEN EN LAS MONTAÑAS CIRCUNDANT­ES. EL SOL PASARÁ POR ESTAS ALTAS LADERAS UNAS HORAS MÁS TARDE, REVELANDO LA MAJESTUOSA SILUETA CON LA CUMBRE NEVADA DEL MONTE KANCHENJUN­GA, EL TERCER PICO MÁS ALTO DEL MUNDO Y HOGAR DE SIKKIM, EL PRIMER ESTADO ORGÁNICO DEL PLANETA.

Esta montaña es sagrada para todos los lepchas, creemos que fuimos creados por su nieve", explica Tenzing Lepcha, un agricultor local y activista ambiental de 39 años. "Cada vez que uno de nosotros muere, en cualquier parte del mundo, su alma viaja de vuelta a la montaña". Los lepchas –se cree que son los primeros habitantes de estas tierras– solían llamar a Sikkim Nye-mae "paraíso". El nombre no podría ser más apropiado para este antiguo reino independie­nte de 610 000 personas enclavado en los picos del Himalaya, entre Nepal, Bután y el Tíbet.

Hace unos años, Tenzing sintió la llamada de su patria encantada. Dejó atrás una prometedor­a carrera como futbolista en Calcuta y las comodidade­s de la vida urbana para regresar a Dzongu y ocuparse de la agricultur­a. "El mundo industrial­izado ha seguido el camino del progreso, pero hoy en día incluso los occidental­es están tratando de volver a sus raíces", explica mientras se sienta en su porche de madera rodeado de parcelas de exuberante­s hojas verdes y mandarinas brillantes. Fue Tenzing quien, a su regreso, animó a los jóvenes desemplead­os locales a dedicarse a la agricultur­a y encabezó la comerciali­zación y venta de los productos naturales de Dzongu. Hoy es uno de los personajes más venerados de la región y la encarnació­n de un camino alternativ­o al desarrollo en el que Sikkim se ha embarcado.

VOLVER AL ORIGEN

En 2016, Sikkim se convirtió en el primer estado totalmente orgánico del mundo, con el objetivo declarado de preservar el medio ambiente local, su frágil ecosistema y su rica biodiversi­dad, y asegurar una vida más saludable para su gente. Fue la culminació­n de un proceso iniciado en 2003, durante el cual Sikkim eliminó gradualmen­te los fertilizan­tes químicos y los pesticidas, capacitó a los agricultor­es en la agricultur­a orgánica y estableció pozos de compostaje en todo el estado. Hoy en día la totalidad de las 76 000 hectáreas de tierras de cultivo de Sikkim están certificad­as como orgánicas, y la importació­n y el uso de sustancias químicas está estrictame­nte prohibido. El mundo ha pasado mucho tiempo buscando una alterna

EN 2003,SIKKIM INICIó SU ANDANZA HACIA UN MODO DE VIDA ARMóNICO CON LA NATURALEZA

tiva sostenible a la agricultur­a industrial, y la apuesta a largo plazo de Sikkim en torno a la agricultur­a orgánica es un ejemplo inspirador que puede dar forma a una nueva relación más constructi­va entre los seres humanos y el medio ambiente.

REVOLUCIÓN ORGÁNICA

Elogiada durante décadas por su capacidad para alimentar el planeta a precios asequibles, en los últimos años, la agricultur­a intensiva ha sufrido un escrutinio cada vez mayor por los costes sociales y ambientale­s ocultos de los monocultiv­os, los cultivos de alto rendimient­o y las sustancias químicas. El sector es responsabl­e de una cuarta parte de las emisiones mundiales de gases de efecto invernader­o, contribuye­ndo en gran medida al calentamie­nto global. Los fertilizan­tes y pesticidas han reducido drásticame­nte el número de abejas y otros insectos polinizado­res, han matado la vida silvestre y han causado una contaminac­ión masiva del agua y el agotamient­o del suelo. En algunos países, la compra de semillas híbridas y tecnología costosa han sumido a los agricultor­es en una espiral de endeudamie­nto fatal, causando suicidios generaliza­dos (casi 300 000 solo en India entre 1995 y 2014).

Con tierras de cultivo limitadas y bajos rendimient­os, Sikkim nunca podrá alimentar al planeta, pero su modelo, basado en la interconex­ión –en lugar de la competenci­a– entre los seres humanos y la naturaleza, podría abrir el camino hacia una vía más sostenible precisamen­te cuando el cambio climático está obligando al mundo a redefinir sus prioridade­s. Las autoridade­s locales citan un aumento de la población de vida silvestre y abejas, y el rejuveneci­miento del poco profundo y árido suelo de Sikkim, como algunos de los primeros resultados de la revolución orgánica. Una investigac­ión reciente de la Universida­d de Sikkim descubrió que la agricultur­a indígena contribuyó a un aumento de las especies de mariposas en áreas cultivadas, lo que demuestra que la agricultur­a orgánica y la biodiversi­dad salvaje pueden coexistir y ser mutuamente beneficios­as.

La decisión de convertir Sikkim en un estado totalmente orgánico fue idea de Pawan Kumar Chamling, su Primer Ministro, que gobernó el estado de manera continua durante 25 años hasta mayo de 2019. La nueva política se adaptaba bien a la región: debido a su terreno montañoso y a sus pequeñas parcelas dispersas –el terreno promedio es de solo una hectárea y la mayoría de los campesinos son agricultor­es de subsistenc­ia– Sikkim no es adecuado para la agricultur­a industrial, mecanizada. Aquí, el consumo de productos químicos siempre había sido significat­ivamente menor que en el resto del mundo.

REDESCUBRI­R EL PARAÍSO

Sin embargo, esta nueva vía no es inmune a los riesgos. La agricultur­a orgánica es más compleja y requiere mucha más mano de obra que la convencion­al, y los rendimient­os son estacional­es y más bajos. Las autoridade­s locales han identifica­do cuatro cultivos efectivos –jengibre, trigo sarraceno, cúrcuma y cardamomo– que podrían impulsar las exportacio­nes orgánicas de Sikkim, pero el Estado carece de las infraestru­cturas –almacenami­entos en cadena fría, unidades de procesamie­nto y un sistema de transporte fiable– para comerciali­zar eficazment­e sus productos agrícolas de alta calidad. La mayoría de los agricultor­es se ven obligados a vender sus productos a través de los mismos canales, y al mismo precio, que las frutas y hortalizas convencion­ales.

Puede que se tarde años en desarrolla­r una cadena logística adecuada, pero la situación está mejorando lentamente. Hoy en día, las deliciosas naranjas de Dzongu se venden hasta en Calcuta y Delhi, y los inversores de varios países de Oriente Medio, Europa, El Sudeste Asiático y el Lejano Oriente ya han expresado interés por los productos locales. La revolución orgánica también ha estimulado un aumento del turismo hacia esta tierra inaccesibl­e. Parte de India desde 1975, Sikkim está habitada por diferentes comunidade­s –butias, lepchas, nepalíes y tibetanos– y cuenta con una fascinante mezcla de idiomas, culturas y religiones que le otorga una identidad cultural peculiar. Viajar por el país puede ser arduo –la mayoría de las carreteras son pistas de tierra estrechas talladas en las laderas de las montañas, y cubrir cien kilómetros puede llevar un día entero– pero para aquellos lo suficiente­mente aventurero­s, las recompensa­s son especta

culares. Altos picos, estrechos valles cortados por ríos transparen­tes y bosques vírgenes intercalad­os con templos hindúes, remotos monasterio­s budistas y lagos sagrados son solo algunas de las impresiona­ntes atraccione­s que

Sikkim tiene para ofrecer.

Dejar la extensa capital Gangtok y perderse en la exuberante naturaleza virgen es la mejor manera de explorar esta tierra fascinante. Los visitantes pueden alojarse en estancias en el pueblo -habitacion­es espartanas disponible­s ofrecidas por las familias locales- y experiment­ar una visión de la vida rural auténtica. Los días se pasan cosechando arroz, explorando cascadas ocultas o asistiendo a las bodas tradiciona­les. Por la noche, las familias se reúnen alrededor de la chimenea para compartir historias –y deliciosas cenas orgánicas– con sus huéspedes.

Entre los destinos imprescind­ibles de Sikkim se encuentra la granja modelo de Azing Lepcha: un hombre tímido y trabajador de 57 años de la aldea de Hatidunga cuya historia es un buen ejemplo de las luchas y recompensa­s que la transición orgánica puede ofrecer. En 2003, Azing heredó cinco acres de tierras de cultivo familiares de su difunto padre. La tierra en bancales había estado cubierta de monocultiv­o de maíz desde la década de 1970, y la aplicación constante de la urea –un fertilizan­te nitrogenad­o común y barato– durante más de 25 años había agotado aún más el suelo, ya de por sí pobre. Azing comenzó a convertir la tierra en una granja de frutas, plantando sus empinadas laderas con piñas, guayabas, plátanos, mangos y papayas. Los comienzos no fueron muy prometedor­es. "Nadie sabía de mi nueva actividad. Lo único que podía hacer era vender las frutas en el mercado más cercano", explica. "Durante cuatro años luché para poder mantener a mi familia". No solo no se rindió, sino que decidió diversific­ar sus actividade­s produciend­o miel casera y utilizando el excedente de fruta para preparar deliciosos vinos sin alcohol. La idea funcionó, atrayendo un goteo constante de visitantes. Azing abrió una estancia en casa para acogerlos, combinando la agricultur­a ecológica con el turismo sostenible en un círculo virtuoso. Hoy en día recibe a más de 300 visitantes indios e internacio­nales cada mes y sus frutas, verduras y huevos llegan a los mejores hoteles de 5 estrellas de Gangtok.

EL SABOR DEL EQUILIBRIO

Azing fue capaz de enviar a sus siete hijos a la escuela y se hizo conocido en todo Sikkim. La suya es una de las principale­s historias de éxito de la revolución orgánica. Más importante aún, demostró a sus compañeros agricultor­es que el nuevo modelo podía funcionar simplement­e confiando en la naturaleza. Azing utiliza estiércol –una mezcla de heces animales y hojas de bosque– como fertilizan­te, y una mezcla de orina de vaca fermentada y hierbas locales como repelente de insectos. "El veinte por ciento de mi cosecha todavía es comida por insectos, aves, monos y animales salvajes, pero estoy perfectame­nte de acuerdo con eso", resalta. "Estos animales alimentan el bosque, que a su vez proporcion­a estiércol para mi granja.

Todo está conectado en la naturaleza". Después de terminar de cuidar sus campos de piña, Azing nos conduce hasta una cocina rústica, donde tres ollas nos esperan sobre la mesa. El almuerzo es frugal –una cucharada de arroz acompañado de frijoles, lentejas y una sopa de hojas verdes– sin embargo, la comida resulta tan deliciosa que es como comer por primera vez. El sabor despierta los sentidos y habla de un pasado en el que la fruta y la verdura eran una conexión viva entre los seres humanos y el planeta. Saborearlo­s es una experienci­a única por la que vale la pena el largo viaje a este antiguo reino todavía gobernado por los ritmos inmutables de la naturaleza.

LA MEJOR HERENCIA

Aquí, el amor visceral que las personas sienten por el medio natural es el resultado de necesidade­s básicas convertida­s en una filosofía de vida. Las aldeas locales están dispersas y aisladas unas de otras y, en temporada de monzones, los deslizamie­ntos de tierra pueden bloquear las pocas carreteras existentes, aislando distritos enteros durante semanas. La autosufici­encia siempre ha sido una necesidad en un entorno tan desafiante, y enseñó a los habitantes de Sikkim a comprender el lenguaje de la naturaleza. "Aquí no necesitamo­s mercados. Si me envías a la selva, sé qué plantas comer", explica Tenzing, riendo. "Sabemos estas cosas desde nuestros antepasado­s. Si tuviéramos que estar aislados del mundo, sabríamos cómo valernos por nosotros mismos". Los agricultor­es de Sikkim saben que el tiempo perfecto para sembrar verduras coincide con la migración primaveral de la grulla de cuello negro hacia el Tíbet, mientras que el florecimie­nto de ciertas flores marca el período en que las truchas regresan río arriba para poner huevos. Estas técnicas de agricultur­a y caza constituye­n una riqueza invaluable de conocimien­tos. Escuchar a Tenzing enumerarlo­s es como entrar en una biblioteca secreta centenaria para admirar un manuscrito sagrado. Volver a la agricultur­a no es la única manera en la que Tenzing dedica su vida a la protección de la naturaleza. Durante los últimos 12 años, él y sus compatriot­as han liderado una feroz batalla contra varios pro

yectos hidroeléct­ricos que habrían cambiado las montañas y los ríos de Dzongu para siempre. Los granjeros se enfrentaro­n a palizas y estancias en prisión, pero finalmente ganaron, poniendo su amor por esta tierra por delante de ganancias personales. Todos sabían que, sin su lucha, no habría tierras de cultivo ni turismo ni vida.

Los ojos de Tenzing brillan con una mezcla de orgullo y miedo al pensar en los retos del futuro. Sabe que la preservaci­ón

de la naturaleza es una batalla diaria que nunca debe darse por vencida. "No podemos pedir a todos nuestros jóvenes que hagan lo mismo que nosotros hicimos. El interés tiene que venir de ellos", concluye. "Lo único que podemos hacer es mostrarles un camino que fue creado por nuestros antepasado­s, y que mis semejantes y yo decidimos seguir. Realmente espero que las generacion­es futuras hagan lo mismo".

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Tenzing Lepcha, de 39 años, es un agricultor y activista ambiental que ha encabezado la transforma­ción del valle.
CAMPO ABIERTO Tenzing Lepcha, de 39 años, es un agricultor y activista ambiental que ha encabezado la transforma­ción del valle.
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Junto a estas línas, una mujer extrae el yacón, un tubérculo considerad­o un superalime­nto y que, como tal, empieza a populariza­rse en todo el mundo. Debajo, las recolector­as de té trabajan en la hacienda Temi, gestionada por el gobierno.
DÍA A DÍA Junto a estas línas, una mujer extrae el yacón, un tubérculo considerad­o un superalime­nto y que, como tal, empieza a populariza­rse en todo el mundo. Debajo, las recolector­as de té trabajan en la hacienda Temi, gestionada por el gobierno.
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En la granja del campesino Azing Lepcha se preparan cada día auténticos banquetes para sus huéspedes, alimentado­s a base de verduras y legumbres de kilómetro cero.
COCINA SALUDABLE En la granja del campesino Azing Lepcha se preparan cada día auténticos banquetes para sus huéspedes, alimentado­s a base de verduras y legumbres de kilómetro cero.
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Esta casona de madera rodeada de jardines y huertos es la que hospeda a los visitantes que se acercan hasta la granja de Lepcha. Un modelo de turismo responsabl­e que, como todo aquí, se basa en el respeto a la naturaleza.
TURISMO SOSTENIBLE Esta casona de madera rodeada de jardines y huertos es la que hospeda a los visitantes que se acercan hasta la granja de Lepcha. Un modelo de turismo responsabl­e que, como todo aquí, se basa en el respeto a la naturaleza.
 ??  ?? EN CONSONANCI­A. Agricultor­es limpian el arroz cultivado sin químicos que, aunque no derrota los organismos dañinos, los mantiene dentro de niveles tolerables.
EN CONSONANCI­A. Agricultor­es limpian el arroz cultivado sin químicos que, aunque no derrota los organismos dañinos, los mantiene dentro de niveles tolerables.
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BANQUETE DE GALA. La agricultur­a local está presente en cada momento de la vida de Sikkim, como en esta boda celebrada en el pueblo de Keshel.

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