EN NOMBRE DEL TOFU
Una amiga de Sevilla tiene, cuenta siempre, un plan. Va a ponerle dos nombres a cada uno de sus hijos. El primero, exótico, raro, con consonantes que choquen sobre las vocales como los platillos de las baterías y vocales que se deslicen bajo las paletas por el tobogán de la lengua. Cornelia. Micaela. Gadea. El segundo nombre será uno común. Ana. María. Blanca. Ellas serán Cornelia María, Gadea Blanca. Ellos, Tristán Carlos, Ruperto Juan. Así, si sale guapo, se referirá a él como Ruperto. Si sale feo, que suficiente fastidio es serlo como para que encima lo anuncie tu nombre, lo llamará Juan. Le hizo gracia la sinécdoque de los cayetanos, el uno por el todo con el que se bautizó a las protestas del barrio de Salamanca. El nombre, pese a la colisión de la a contra la c y la suavidad de la t, no entra en su lista. Salvo en casos de herencia familiar, en él, como ahora en los álvaros, ve una papeleta de tómbola parental para el ascensor social. Las más jóvenes cayetanas aspiran al bolso con logos, buscan el verano entre Marbella y Formentera y se suscriben a newsletters de señores que escriben sobre gin-tonics, Paul Newman, los hoteles y la felicidad. Hace unas semanas mi amiga sintió un escalofrío. El aire acondicionado estaba apagado. Pero la piel se le había puesto de gallina. Solo otros tres factores logran en ella aquel efecto: las camisas masculinas mal abotonadas, los perezosos en movimiento y llamar a una política por su nombre de pila para desacreditarla. Comprobó de reojo la camisa de su novio. Todo, como siempre, en su sitio. Lo único perezoso a su alrededor, por otra parte, eran sus propios cuádriceps. Abrió Twitter. Necesitaba la comprobación. La encontró en forma de retuit. La ministra de Igualdad había llamado a Álvarez de Toledo Cayetana. Se acordó de cuando, de camino a la facultad, un señor mayor le repetía cada mañana, en la parada de autobús, la misma frasecilla. Qué guapa va esta niña. También del hombre que, volviendo a casa, se le acercó demasiado con un guapa, cómo te llamas. Las intenciones, se empeñó, tonifican las palabras. A solas, son tofu crudo. Al otro lado del río, los entusiastas de CAT también la tutean. Si su hipótesis es correcta, con su uso del Cayetana buscan la cherificación. O la beyoncización. El nombre propio, al positivarlo, coge peso y expulsa los apellidos. Pero aquello lo escribió, arrebatada, la ministra de Igualdad. Mi amiga no dice exactamente lo que piensa de ella porque no, porque no lo va a decir. Se alegra, no lo esconde, de que el adocenamiento más laureado vaya perdiendo, de forma efectiva, su género. De golpe, en aquel vídeo viral, la ministra le recordó a Noemí Argüelles. Pero todos tenemos un poco de la CM de Paquita Salas entre las uñas. Porque bueno, te lo voy a decir. Mira: la amiga soy yo.
n