PUNTO DE VISTA
Si S una mira bien, si coloca cada pie a la misma distancia d que los hombros, si acierta con las lentillas y se endereza hasta sentir los omóplatos alineados, respaldados r por una tablilla invisible, si a continuación relaja r los brazos y yergue con suavidad la cabeza, desde d la calle Moreto, en la esquina con Felipe IV, podrá p observar el ombligo del cielo de Madrid. Los colores c ascienden sobre la fuente de Neptuno y se desparraman por toda la ciudad. El cartel del Palace destiñe. Las letras flacas y estiradas, bordeadas de rojo, se aguan y el cielo se pinta de rosa. Esto lo sabe solo quien mira desde la calle Moreto, en la esquina con Felipe IV.
Frente al Museo del Prado se convoca cada noche una reunión de vecinos. Se juntan en círculo, bajo la colina de hierba, y se olisquean. Fingen morderse y echan a correr. Pelean hasta los silbidos. Traen consigo a sus dueños. Los dejan colocados, charlandito, junto a la farola de las taquillas y corren a jugar.
En el interior, un hombre, informa internet, se angustia frente a Tiziano. Le incomodan los cuerpos de mujeres desnudas, le trastorna la violencia de la mitología, le disgusta que el museo no responda a la misión que el siglo XXI les ha encomendado a instituciones, firmas de moda y empresas: ser profesores de Ética. En la historia se expían los pecados del presente. El arte, hormigonera de ideas, se convierte en objeto moral, un proyector cinematográfico de los valores propios, un humilde alardeo microfonado.
El móvil ahora eclipsa titulares, los amontona con avaricia. Una protesta en París, la alcaldesa ha hablado, alguien acude a un podcast, a la ministra le aterriza en la boca la palabra criminalización y celebra, antes del ocho de marzo, frente a la prohibición de las manifestaciones, el enlace nupcial. La casa con feminismo. Internet invita a la respuesta, exprime la expresión. Devuelve a Carmen Martín Gaite frente a Joaquín Soler Serrano: ella no necesita pancartas para ser feminista, que su obra ya ha aprendido a hablar. Vuelve internet a preguntar. Qué opinas, qué sientes, condenas o celebras, señala en este gráfico de qué lado estás. Las cosas hay que hacerlas, debe parecer que se hacen, se debe decir que se hacen. Solo lo público valida. Más feminista es quien filtra su foto de violeta, más siente quien corre por los hashtags o repostea. Internet pide localización de pareceres en tiempo real.
Las voces y las letras embuten el cerebro, lo apretujan como lo hacen los olores cruzados de las perfumerías. Ametralla emociones y estriñe el pensamiento. Sincroniza horas en el cuerpo. Las siete de un domingo de invierno, cuando el sol hace dos horas que ha desaparecido y ni es tarde ni es noche porque el día ha echado ya a correr reloj abajo y sobre el cartel del Palace, desde la calle Moreto, en la esquina con Felipe IV, solo hay un cielo negro.