“Las compañeras me ponían motes, “totorota” o “machupichita”
"Vine con mi esposo y mis tres hijos. Mi esposo trabajaba en una línea aérea que quebró. Yo daba clases a párvulos y no alcanzaba. Mi madre estaba aquí desde hacía varios años. Cuidaba ancianos. Trabajaba muy duro, pero era feliz y cobraba bien. Nos pagó los billetes. Llegamos con 5000 pesetas. Me impresionó la libertad de las españolas, mi país era muy machista. Era un barrio de gente sencilla, buenos vecinos. Empecé a trabajar de manera ilegal, cuando se me acabó el visado de turista, como limpiadora de hotel. La mayoría éramos inmigrantes. No teníamos horario. Limpiaba baños, cambiaba sábanas sucias. Cuando obtuve el permiso de trabajo, busqué un empleo, también como limpiadora, pero en el que pudiera cotizar y no ser invisible. La nacionalidad llegó en 2006. Pero las compañeras me ponían motes, como “totorota” o “machupichita”. Estuve seis años sin coger vacaciones. Decidí entrar en la asociación Las Kellys y eso me cerró un montón de puertas. Ahora ando en juicios con el último hotel en el que trabajé. Como activista vi muchas cosas malas, contratos fraudulentos. El dueño me dijo que me quedara en casa si quería seguir cobrando. Estoy a la espera de la sentencia. Afortunadamente, mis hijas han hecho sus estudios: una es educadora, la otra auxiliar de enfermería. Mi hijo está terminando Ingeniería Industrial. No se sienten chilenos. Nunca hemos vuelto".