La ciudad, ahora (casi) sin visitantes, explora nuevas vías hacia el turismo no masivo.
Hoteles abandonados, tiendas cerradas, un centro urbano lúgubre: cruelmente afectada por la pandemia y sus dramáticas consecuencias económicas, la capital de Cataluña, sin embargo, está experimentando una mutación ejemplar. Apoyados por el Ayuntamiento, q
El centro de la ciudad sigue inmerso en una oscuridad silenciosa cuando un grupo de yoguis toma los callejones desiertos del barrio Gótico. Después de cruzar un laberinto de edificios históricos, extienden sus esteras en una plazoleta frente a la Basílica de Santa María del Pi, del siglo XV. Con las instrucciones de su tutora, la energética Andrea Nutini, se ejercitan durante una hora, apenas distraídos por el gorjeo de los pájaros y algunos escasos transeúntes. "Al ir a mi clase esta mañana, me detuve frente a la plaza de la catedral para admirar su rosetón", explica Nutini. "No había nadie, un privilegio increíble". Después del confinamiento de la primavera pasada, aprovechó la ausencia de turistas para organizar sesiones de yoga al aire libre en los lugares más bellos de Barcelona. "Habíamos terminado por pensar que solo los turistas podían disfrutarlos, pero estos lugares impresionantes siempre han estado aquí para nosotros".
UN CAMBIO RADICAL
Andrea y sus alumnos son algunos de los pioneros que empiezan a reconquistar la ciudad, percibida durante mucho tiempo como un símbolo del turismo de masas. Como briznas de hierba rebeldes en un camino abandonado, los barceloneses se aventuran de nuevo por Las Ramblas y visitan monumentos como el Parque Güell y la Sagrada Familia, vacíos y gratuitos. Ferias de barrio, como las populares fiestas de Gràcia, concebidas originalmente para los vecinos que no podían pagarse unas vacaciones, han recuperado su función original.
Barcelona vivió una explosión de visitantes atraídos por sus soleadas playas, su estilo de vida mediterráneo y sus atractivos precios. Los últimos diez años, la cifra se ha cuadriplicado debido al aumento de los cruceros, aerolíneas de bajo coste y plataformas de reservas online. En 2017, esta ciudad de 1,6 millones de habitantes recibió a 32 millones de personas. Un turismo que ha generado enormes beneficios –entre el 12% y el 15% del PIB municipal– y problemas graves. El flujo de visitantes ha contribuido a la contaminación masiva, al agotamiento de las reservas de agua y al desbordamiento de los servicios de transporte y de recogida de
basura. La afluencia de jóvenes no ha hecho más que empeorar el turismo de borrachera, con sus fiestas interminables, peleas recurrentes y abuso de drogas, que han convertido el día a día de los lugareños en una pesadilla.
Entre 2011 y 2014, la liberalización de licencias ha multiplicado por diez los alojamientos turísticos amueblados. Los alquileres y los precios inmobiliarios han
estallado, expulsando a los residentes del centro histórico de la ciudad. Privadas de su clientela habitual, cientos de empresas han tenido que cerrar y han sido reemplazadas por tiendas de souvenirs baratos, restaurantes y bares de moda. Pero la COVID-19 asestó un golpe fatal a la industria del turismo, poniendo al descubierto sus debilidades y contradicciones. El pasado agosto, los 120 hoteles (de 400) que per
manecieron abiertos registraron una tasa de ocupación de apenas el 10%. Frente a la crisis, las autoridades locales se han dado cuenta de la necesidad de un cambio radical. El Ayuntamiento inició la conversión de 30 000 m² de edificios en desuso en incubadoras de start- up y se han destinado 10 millones de euros a la promoción de la ciudad centrada en un turismo sostenible y de proximidad.
UN MODELO PARA EUROPA
Núria Paricio, la elegante directora de la asociación Barcelona Oberta, ha lanzado treinta rutas históricas y comerciales para rediseñar el alma de la capital catalana. "Presentamos su belleza arquitectónica y sus especialidades gastronómicas. Tenemos que reinventarnos, pero haría falta quizá una coalición de ciudades para enfrentarnos a esto juntas". Este nuevo rumbo podría sentar un precedente para los centros urbanos de Europa que sufren los excesos del turismo de masas. "Si somos capaces de transformar Barcelona en una ciudad sostenible, enviaremos un mensaje al mundo entero", dice esperanzada Marián Muro, directora de Turismo de la Ciudad Condal.
Mientras tanto, la crisis está cambiando la vida de los barceloneses. "Me gusta caminar sin ser constantemente empujada o fotografiada", dice Pilar Subirà, 56 años, dueña de la tienda Ciergerie Subirà, que vende velas desde 1761. Y aunque esta crisis es consecuencia innegable de la pandemia, ha revelado los límites de las estrategias a corto plazo. La historia de Meritxell Carreres, una guía local de 55 años, es el ejemplo perfecto. Originaria de Gràcia – uno de los barrios icónicos más afectados por el turismo masivo– compartía con otras quince familias un edificio antiguo bastante deteriorado. Habían vivido allí toda su vida. "Éramos una comunidad, nos apoyábamos mutuamente", recuerda emocionada. En la crisis de 2008, el edificio fue adquirido por un banco y vendido a inversores extranjeros. Los nuevos propietarios vaciaron los apartamentos a cambio de dinero en efectivo y no renovaron los arrendamientos.
Reformaron el edificio y vendieron los apartamentos a precios mucho más altos que los del mercado a extranjeros acomodados. Meritxell logró mantener el suyo gracias a una larga batalla judicial, pero su victoria le dejó un sabor amargo. Sus nuevos vecinos son chinos, franceses, daneses, ingleses. Ninguno habla español ni catalán y la mayoría usa su apartamento como casa de vacaciones. "Tenemos más glamour, pero hemos perdido en autenticidad. Eso me pone triste".
ACTIVOS SÓLIDOS
Con la drástica reducción de los vuelos internacionales, la pandemia también inauguró una nueva forma de viajar. En agosto, el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, pidió una reforma justa y sostenible del sector turístico. Barcelona ya tiene elementos sólidos para hacer la transición a un turismo cultural y científico: una incubadora de star-up de biomedicina que figura entre las mejores de Europa, un abanico de festivales que podrían transformarla en una de las capitales musicales del continente y un paisaje cultural único centrado en la arquitectura modernista y la vanguardia del siglo XX.
El Ayuntamiento y Amics de la Rambla, una asociación que aglutina a residentes y empresarios, lanzaron recientemente una campaña para atraer a los barceloneses hacia el centro histórico a través de visitas guiadas a lugares poco conocidos, como la casa en la que nació Joan Miró o la imprenta que visita Don Quijote en la novela de Cervantes.
Ubicado en el primer piso de un edificio de color pastel que da a Las Ramblas, Tablao Cordobés es uno de los mejores altares al flamenco de España. Durante sus cincuenta años de historia, ha acogido a artistas legendarios como Camarón de la Isla, El Chocolate y Tomatito. Los turistas componen el 90% de sus clientes. "Nuestros visitantes aman la cultura, y eso es un buen ejemplo de lo que podría ser el turismo", explica la dueña, María Rosa Pérez Casares. El presidente de Amics de la Rambla, Fermín Villar, está convencido: "Sobreviviremos, incluso si la transición es difícil. Tendremos que hacer sacrificios económicos, pero Barcelona se convertirá en un lugar donde se vivirá bien".
«SI LOGRAMOS CONVERTIR BARCELONA EN UNA CIUDAD SOSTENIBLE, ENVIAREMOS UN MENSAJE AL MUNDO ENTERO »