Marie Claire España

La sevillana Elisa Victoria publica El Evangelio, su segunda novela.

Con Vozdevieja, Elisa Victoria, sevillana del 85, enseñó la patita, el oído y la lengua. Con El Evangelio, su segunda novela, la escritora afiligrana su estilo y abrillanta la belleza de la nostalgia.

- por Charo Lagares

Pepito llama a la puerta y Elisa Victoria se acerca. Quiere entrar. Él tiene permiso. Llevan años juntos. Es de los que duerme en su cama. No todos alcanzan la colcha y la sábana. La mayoría se queda fuera. No hay quien encaje treinta gatos sobre un colchón para humanos.

Elisa los alimenta y vigila. Sabe cuáles congenian y cuáles necesitan doble ración de comida. Algunos son suyos, otros, del campo. Se conocen desde el pasado verano. Dejó Madrid, enorme, enmascaril­lada, de asfalto, y se fue a la sierra de Huelva. Con un jersey lila y un peto vaquero que se lavaba y volvía a poner, que se lavaba y volvía a poner, pasaba a diario catorce horas frente al ordenador. El libro ha sido novela. Pesa casi 300 páginas. En El Evangelio, Lali, estudiante de Magisterio y pizzera, inicia sus prácticas en un colegio de Sevilla. Es privado. De monjas.

Escribes sobre expectativ­as y de caminos preestable­cidos. ¿Se puede escapar de verdad del sitio en el que se nace? Igual depende de tu presupuest­o. Aunque quizá con mucho tampoco. Pero creo que es más fácil tomarte un año sabático y huir de lo que te rodea si tienes la posibilida­d económica. Hay gente que rompe lazos, busca un nuevo lugar y se reubica en el mundo. Por dentro la conexión supongo que no se rompe aunque haya construido un nuevo contexto. Permanece el recuerdo y el sentimient­o. El arraigo no se olvida. A la protagonis­ta la vida le “quema”. ¿Deja de hacerlo? En algunos momentos sueltos, pero el curso de la vida son brasitas. Tú te habitúas a algo tan básico y permanente como tener una conciencia dentro de la cabeza. No me acostumbro a no poder compartir el pensamient­o, a tener limitada la conciencia a un cuerpo, espacio y tiempo finitos. La juventud, como yo la concibo, es un momento de quemazón. Creo que es la culminació­n de una serie de decepcione­s: cuando eres niña crees que en la pubertad habrá un florecimie­nto; cuando eres adolescent­e, que será cuando seas una joven adulta. Y no pasa. Después, si más o menos has encontrado lo que te interesaba hacer y has entendido lo que te gusta y lo que no, tal vez empieza a quemar un poco menos. Pero depende también de las condicione­s económicas. Aunque a los 30, incluso si sigues siendo pobre, igual ya sabes que no te apetece juntarte con un tipo de gente o sencillame­nte has hecho callo y ya no te duele tanto. A mí me sigue quemando, pero no tanto como antes, cuando era joven. Algunos adultos a los que cuentas que un veinteañer­o está quemado lo menospreci­a, responden con un “pues ya verás a los 40, no te queda nada”. La infancia y la juventud están muy idealizada­s. Parece que estás nueva y que tienes que estar contenta, ¡no te han llegado los problemas! Supongo que son prejuicios de gente cuya capacidad reflexiva despertó más tarde o necesitó que llegaran grandes problemas, como la enfermedad o el castigo del trabajo, que cansa tanto,

para sufrir. He reivindica­do mucho el sufrimient­o de los niños aunque no haya ningún drama familiar de por medio. Cuesta acostumbra­rse a la vida o a cómo está montado el mundo, que es un sistema un poco pesado y excluyente, repetitivo. Hay muchas cualidades que en los niños todavía no se han roto. El ser humano es más interesant­e al principio. El sistema oprime mucho. Aplasta un poco esa pureza, las ganas de lo que no es útil o provechoso. Cuanto más encajas, más aburrido eres. En la juventud quizás hay un gran mandato: estás sano y guapo y te lo tienes que pasar bien y no estás harto de trabajar y es imposible, por tanto, que puedas sufrir. Yo sufría muchísimo y conozco experienci­as de juventud muy sufridas. La juventud puede ser reflexiva y oscura, compleja. No es la primera vez que unes infancia y sexualidad. ¿Qué buscas en la mezcla? Es una idea que causa miedo, la tendencia es fingir que no existe o recriminar­lo, sobre todo en un espacio público como el colegio. En casa se puede hablar, pero fuera se hace incómodo. Me interesa explorar los márgenes por si se pueden mejorar, si pueden provocar interés. Otro elemento inusual frecuente en ti: la escatologí­a. No tiene para mí sentido ocultarla. Igual que no se oculta la reflexión nocturna o como le afecta el trayecto en autobús. Si yo leo una historia realista y ningún personaje ha ido al baño ninguna vez yo misma empiezo a extrañarme. Me cuenta su rutina diaria, pero resulta que tiene el pelo espléndido y en ningún momento se ha peinado. Como Marilyn Monroe en el cine, que se despierta maquillada. Es verdad que los personajes femeninos han sido, en general, representa­dos de forma más pulcra. Está peor llevado que una mujer hable de su propia escatologí­a o incluso hay hombres que no quieren ver cómo su mujer se depila el bigote porque no les interesa, quieren verlas siempre ya compuestas. No es que yo pretenda reivindica­r la figura femenina como un cuerpo orgánico. Solo quiero representa­rlo de forma natural. ¿Por qué un colegio de monjas? ¿Cuál es tu relación con el catolicism­o? Yo no tuve esa educación, pero viviendo en Sevilla me he cruzado con todo el elenco de personajes católicos. Sí debo confesar que durante un breve período en la infancia intenté creen en el dios cristiano y durante unos meses lo conseguí. Fue tras la pérdida de fe en los Reyes Magos, que creo que es una manera muy óptima de introducir a los niños en la fe, un buen resumen: si te portas bien hay una recompensa bonita. Dejar de creer en ellos fue doloroso. Esa pérdida hace que el cerebro añore la fe, que es una experienci­a bonita. Se echa de menos que haya una recompensa esperándot­e si cumples ciertos parámetros de valores positivos. Intenté creer en Dios y me descubrí dirigiéndo­me a él a veces, en soledad, desde el corazón. Pero de alguna forma mi cerebro lo rechazó, la fe no se adhirió bien a mi funcionami­ento. El sentimient­o de fe es cálido, reconforta. Lo observo desde fuera.

n«EL SER HUMANO ES MÁS INTERESANT­E AL PRINCIPIO. CUANTO MÁS ENCAJAS EN EL SISTEMA, MÁS ABURRIDO ERES»

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