UN SALTAMONTES A LA HORA DE LA SIESTA
En este microrrelato, el enamoramiento es verde, alargado y saltarín. El príncipe encantado, en esta ocasión, no se disfraza de sapo.
ÉRASE UNA VEZ un saltamontes solitario que rascaba sus patitas y brincaba de un lado a otro de la blanca habitación. Una habitación toda blanca, sí, menos por una cascada de cabellos rojos, menos por unos párpados que se abren y descubren una mirada de enredaderas. Entonces, el saltamontes y aquella mirada intiman como nunca hubieran imaginado. "¿La beso?", duda el saltamontes. "¿Me habré vuelto loca?", se pregunta la mujer.